Maletas con ruedas

Publicado: 05/03/2018
Autor

Jorge Molina

Jorge Molina es periodista, escritor y guionista. Dirige el programa de radio sobre fútbol y cultura Pase de Página

Sevillaland

Una mirada a la fuerza sarcástica sobre lo que cualquier día ofrece Sevilla en las calles, es decir, en su alma

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A través del ventanal observo el último grito en Sevillaland: un restaurante donde perros y amos se sientan a la mesa...
A través del ventanal observo el último grito en Sevillaland: un restaurante donde perros y amos se sientan a la mesa. El rumbero que atronaba en la terraza con su guitarra se coloca a mi lado; es de imaginar que componemos una estampa muy murillesca: perros glotones, músicos tiesos, mirones aburridos. La vieja Sevillaland vuelve por sus fueros, marea alta de optimismo a pesar de todo, lo propio de una ciudad olvidadiza y de funcionarios.

La flota de Indias desembarcaba dos veces al año, pecata minuta si lo comparamos con los miles de visitantes que cada día se desparraman desde Santa Justa y San Pablo con el traqueteo de sus maletas de ruedas, un ruido que hace salivar de codicia. El sonido, antes metálico, del dinero. Sólo las cotorras verdes rechinan igual.

En la calle se cruzan los encuestadores de los partidos, obcecados en adivinar el futuro electoral, con esos turistas ya sin equipaje a rastras pero ávidos de emociones nativas. Las tendrán, Sevilla se vende fácil y ofrece lo que le pidan: bicis eléctricas, flamenco amaestrado o tapas con vinagre de Módena. Lo que sea menester. Hay planes oficiales para organizar la euforia, tal que desviar la riada turística hacia San Luis o Triana.

Que Sevillaland está de vuelta lo prueba cómo la desmesura aflora sin percibir las señales de alerta. Quienes llegan al finis terrae de la trayectoria laboral advierten de que la vida no es redonda, que una catarata al final despeña a los jubilados sin apellido Benjumea u oposiciones aprobadas. Pero nadie escucha a los mayores, incapaces de disfrutar con el nuevo florecer de Sevillaland, este luminoso presente: hasta han encendido las luces de colores de la salida de emergencia.

Las mesas donde las familias comen con los perros a sus pies las atienden unos jóvenes licenciados. Les oigo hablar de cosmética masculina cuando salen a fumar. En la pared un cuadro luce el escudo de la ciudad, pero con san Leandro y san Isidoro en pleno selfie junto a san Fernando. El rey forma un corazón con ambas manos y los obispos vigilan de reojo que nadie se haya llevado sus maletas con ruedas. Todavía no había cotorras.

El rumbero mellado vuelve a tocar obí-obá y se deshace la murillesca pausa, apenas segundos en la historia de Sevillaland. El esplendor americanista finalizó en una gran peste; la Expo, con crisis y sequía; el fulgor de este siglo XXI no teme la hecatombe: hasta ha vuelto la lluvia. Sevillaland camina segura guiada por su brújula: la codicia. 

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