Tres orejas para Ponce y dos para Perera ante un desigual encierro de Santiago Domecq
Cuando dos toreros como Enrique Ponce y Miguel Ángel Perera salen como si estuvieran empezando, e incluso jugándose la cornada cada uno en un toro de su lote, es una muestra más de que por algo son figuras del toreo. No terminó la corrida de Santiago Domecq de romper para adelante en algunos de sus toros, pero había dos toreros que superaron las dificultades, entretuvieron e incluso pusieron el corazón en un puño al público, más concretamente Pereda en el último. El secreto de la vergüenza torera es no regatear el riesgo, los toreros que la poseen saben muy bien que con ella pueden iluminar una tarde y poner la emoción necesaria que, al menos, se desea en una corrida.
Reapareció José Luis Galloso y el festejo tuvo un prólogo que merece resaltar. De la bronca presidencial de entrada en el palco se pasó a la emotividad cuando el maestro hizo salir a los alumnos de la Escuela de Tauromaquia los cuales le entregaron una placa. Bonito detalle para el recuerdo. Arropado el torero portuense de esos niños que con sus ojos iluminados buscan la gloria del toreo y tienen a un director que ha salido 42 veces por la puerta grande de la plaza real y toreado en 87 ocasiones, habiendo sido figura del toreo durante dos décadas.
El primero que sorteó Galloso se llamaba Ramito, saludándolo con tres verónicas abrochadas con chicuelinas limpias en los medios, provocando las palmas por bulerías. Tomó un puyazo corto e hizo José Luis que tomara el segundo. El toro salió flojo y tras brindar al cielo, imagino que a su padre y después al público, lo sacó al tercio dejando dos naturales impecables. Se fue quedando corto con la diestra. Aunque fugazmente, deleitó en todas sus intervenciones con su estilo y maneras de gran maestro. El toro no ayudó a la hora de matar y la esperanza era para el próximo. Y fue un toro violento de salida que lo sacó a los medios tomando dos puyazos. No le pudo dar un pase, se quedaba corto y derrotado a la salida del engaño. Se le vio algo desanimado pero porque no tuvo ayuda.
Las tres orejas de Ponce tienen su explicación. Su primero, serio por delante, aunque sin culata, tuvo un buen inicio de faena toreando genuflexo. El toro era noble, se dejaba y Ponce lo llevó sobre los dos pitones, sacándole todo lo que tenía, muy tapadito. Aunque en algunos momentos le echaba la cara arriba consiguió buena series, enseñándole a embestir y cuando lo tuvo a punto se estiró. La estocada fue perfecta de ejecución. El quinto, que derrotó en tablas, y que esperó en banderillas recibió un puyazo. La lidia la llevó el propio torero y hubo un momento de peligro para Tejero. Lo fue metiendo en cintura y el toro miraba más para el que vendía refrescos que a la muleta. Le corrigió los defectos con entrega y estando muy cerca de los pitones, ya con el toro parado, No le perdió la cara ni se dejó enganchar la muleta. La estocada cayó baja y otra oreja para esportón, pidiendo permiso para ausentarse ya que tenía que coger rápidamente un avión hacia San Sebastián, donde torea hoy.
Se lució con el capote Perera, con el tercero escobillado del pitón izquierdo. Con cabeza y valor, y dejándole muy puesta la muleta y en terrenos de cercanía una serie de tandas sobre todo por el pitón izquierdo, donde hubo firmeza, aguantando ya que al toro en más de varias ocasiones se le quedó abajo. Volvió a estar entregado con el último, un toro que tenía complicaciones que dejó de embestir y Perera, a base de aguantar y tragar, con los pitones a escasos centímetros, hizo levantar al público. No tuvo más remedio, ya que el toro no embestía y lo hizo él. No fue una faena exquisita y ligada, sino más bien de mucha exposición y firmeza. A la hora de matar, el toro no se movía, quedándose parado como don Tancredo, volcándose en los tres embistes. Le dieron la oreja y salió a hombros por la Puerta Grande.