La guerra civil española dejaría una significativa huella en la vida y en la obra de Bernanos. El levantamiento militar le sorprende en Mallorca, donde se hallaba con su familia desde 1934. Si de entrada se posiciona a favor del golpe, más tarde reacciona contra la desmedida represión desatada por los franquistas en la isla y condena, en Los Grandes Cementerios bajo la Luna (1938), la feroz persecución que se lleva a cabo en nombre de Cristo. A continuación parte hacia Brasil, donde se instala en 1938 hasta su regreso a Francia en 1945; sin embargo, a pesar de su apoyo a la Resistencia y al general De Gaulle, no acaba de encontrarse a gusto entre los suyos, tanto por su precario estado de salud como por su aversión a las atmósferas triunfales y, sobre todo, por su incompatibilidad con el servilismo y las funciones de comparsa oficial. Es así que opta por retirarse a Túnez y sólo volverá a su país, en junio del 48, para someterse a una operación quirúrgica, aunque fallece el 5 de julio.
El mal, el pecado, es decir, ese “odio secreto e incomprensible” que fermenta en el corazón humano. A propósito de esta realidad, definida con un rigor enigmático, Bernanos escribió lo siguiente: “Puede darse a este sentimiento misterioso el origen o la explicación que se quiera, pero una explicación es necesaria. Nosotros los cristianos creemos que este odio es el reflejo de otro odio, mil veces más profundo y más lúcido, que no es sino aquel que procede del Espíritu Indecible, el más resplandeciente de los astros del abismo, el que jamás nos perdonará su espantosa caída”. Voici, sans doute, le Diable. Como Stendhal, Bernanos era un “maestro de energía”. Su norma consiste en “hablar cuando todos callan”.
La literatura de Bernanos gira esencialmente en torno al enfrentamiento entre el bien y el mal, incesante colisión que se cierne sobre la voluntad del ser humano a lo largo de toda su existencia. El catolicismo trágico, agónico, incluso a veces violento, siempre abocado al testimonio militante de la fe, que Bernanos asumió como identidad innegociable (eso sí, siempre esgrimiendo sólidos y fascinantes argumentos), le impide renunciar a la necesidad obligatoria de los soportes teológicos. Enemigo de todo género de conformismo, la escritura de Bernanos fluye sin vacilaciones ni pudores: nos atrapa (seamos, o no, creyentes) porque de ella emerge el ímpetu de un pensamiento íntegro y cargado de intensidad.
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