Emil Cioran (1911-1995) no se suicidó, sino que murió de alzheimer con ochenta y cuatro tacos de almanaque a las espaldas. En una universidad de los Estados Unidos, a la que acudió invitado como conferenciante, se le presentó como un gran filósofo comparable a Schopenhauer, Kierkegaard o Nietzsche. Ante tales elogios, Cioran respondió diciendo que él “no era más que un bromista”. Y lo que dijo fue una verdad como un templo. Leer a Cioran desde una perspectiva trágica es un error mayúsculo.
El pasado 10 de julio Sir Edward Downes (85 años), célebre director de orquesta británico, y su esposa Joan (74 años) murieron por suicidio asistido en las instalaciones de la organización (que no clínica) Dignitas de Zürich (Suiza). Ella padecía un cáncer terminal y la salud de Sir Edward, ya prácticamente ciego, se hallaba muy deteriorada, pero no era un enfermo en fase terminal. El matrimonio había permanecido unido 54 años. Este caso ha reavivado en todo el mundo la polémica sobre la regulación legal del suicidio asistido. En Suiza existen cinco instituciones de asistencia al suicidio. Las más conocidas son Exit (que es la que cuenta con más miembros) y la mencionada Dignitas. Pero la idea del suicidio como negocio no es nueva.
En las letras francesas encontramos el expediente de Jacques Rigaut (1898-1929), escritor fragmentario y de escasa producción, casi toda ella publicada con carácter póstumo. Una figura comparable a la de Jacques Vaché. Es decir, un escritor antiliterario que encarna el objetivo esencial propuesto por el Dadaísmo: el exterminio de la Literatura. Sujeto excéntrico (como Vaché), fue amigo de Tristan Tzara y André Breton. Intentó, sin demasiado éxito, vivir a costa de mujeres con dinero. Fue consumidor de opio, cocaína y heroína. Pero el rasgo más significativo de su personalidad fue su temprana vocación de suicida gratuito, de suicida (aparentemente) sin causa. “Jacques Rigaut –escribe Breton– se condenó a sí mismo a muerte hacia los veinte años, y esperó impacientemente, hora a hora, durante diez años, el momento perfectamente adecuado para acabar con sus días”.
El texto más conocido y representativo de Rigaut se titula Agencia General del Suicidio, y consiste en un proyecto (nunca puesto en práctica) para ofrecer a los potenciales clientes “un medio algo correcto de abandonar la vida”.
La Agencia asegura “una muerte garantizada e inmediata, cosa que seducirá forzosamente a quienes se han apartado del suicidio por el temor de fallar”. Aparece una relación de procedimientos con sus correspondientes tarifas: Electrocución (200 francos); Revólver (100 f.); Veneno (100 f.); Inmersión (50 f.). Para gente pudiente se sugiere la Muerte Perfumada (500 f.); y para los pobres el Ahorcamiento (5 F.), pero esta caritativa oferta tenía truco: la soga se vendía a 20 francos el metro, más 5 francos por cada 10 centímetros suplementarios.
El 5 de noviembre de 1929, en una Casa de Reposo llamada La Vallée aux Loups, ubicada en Châtenay-Malabry (Hauts-de Seine), Jacques Rigaut se suicida tal como lo había determinado dos décadas antes. Es André Breton quien nos narra las circunstancias del suceso: “Jacques Rigaut, después de minuciosísimos arreglos personales y aportando a esta especie de salida toda la corrección exterior que exige –no dejar nada fuera de sitio, y prevenir por medio de almohadas toda eventualidad de temblor que pueda ser una última concesión al desorden–, se dispara una bala en el corazón.
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