Hay personas que se bloquean y no dicen palabra alguna sobre las preguntas que se les hacen., guardan silencio y no ofrecen respuesta, se cierran a cal y canto, como se hacían tradicionalmente con puertas y ventanas. En el mundo en el que vivimos que tan adelantado parece, hay gentes que en sus ideas políticas o en sus creencias religiosas son incapaces de dar un paso y ceder un ápice.
Hay quienes, por muchas buenas noticias que recibanno terminan de sentirse plenos y llenos de vitalidad y energía. Viven en una constante decepción, lo que les procura el quedarse permanentemente sin amigos y sentirse encerrados en una urna de marfil.
No son capaces de evitar enfrentamientos y disgustos innecesarios, lo que les hace sentirse atados y amordazados. Tienen miedo de estar en contacto con los demás que en muchos casos les necesitan y a quien en demasiadas ocasiones precisan de recibir sus atenciones.
Se lamentan de no disfrutar de tiempos de abundancia y prosperidad y de no ver luces en el camino, sin descubrir y valorar que la amistad es el valor más preciado., mientras que hay personajes que no vale la pena ni encontrárselos en el infierno.
En océanos de estrés y tensiones, recordamos los días que son como oasis de paces anheladas, oportunidades que nos garantizan el éxito siempre que estemos dispuestos a dar lo mejor de nosotros mismos, y no encerrarnos en el pozo de la mediocridad.
A veces, contentos y motivados, aunque no nos parezcamos en nada, actuamos como dos gotas de agua y nuestros comportamientos resultan idénticos. En nuestras actuaciones, retomando y reiniciando, no es la meta sino el recorrido lo que importa.
En el poder de negociar, no son deseables ni las imposiciones ni las dependencias y vale más el confiar en nosotros mismos y en nuestro propio criterio y sentirnos valiosos. Aunque no existan paraísos perdidos, descubrimos que la verdadera fuerza está dentro de nosotros y la capacidad de darle la vuelta a las cosas.
Muchas veces la vida nos lleva al dilema entre la complejidad y la sencillez, entre cargarnos de razones o ser felices, días de pasión y sorpresas o rutinas y aburrimientos, recuperar nuestra creatividad o seguir enganchado al bucle de las redes.
Cualquier día puede ser bueno para cumplir nuestros sueños y celebrar el éxito de los demás, sin quedarnos anclados en el pasado y mirando al futuro, sabiendo que el regreso a nuestro orígenes no es una involución sino una evolución.
Debemos procurar en todo tiempo y espacio tomar el mando de nuestras vidas, asumir las cosas tal y como son y no desgastar nuestra energía en la queja ni en hacernos las víctimas. No nos cuesta nada ser amables, mostrar respeto a los demás y mantener nuestra dignidad.
Cuando ampliamos nuestra visión, superamos el blanco y negro, y somos capaces de ver la vida con todos sus colores, imaginando y fantaseando, con talento y sensibilidad, volando sobre lo milagroso y lo luminoso, lejos de los hipócritas y cínicos.
Entre lo confuso y lo difuso, no podemos olvidar que somos gestores de realidades, que nos sucedan cosas interesantes depende en gran parte de nosotros, y de ser valientes para afrontar los imprevistos con eficacia.
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