Escribir cada semana lo que a uno le parece viene a ser como desnudarse en público. Sabes que por mucho tipo que se luzca, que para nada es el caso, y aún aguantando la respiración siempre resaltará la arruga, la imperfección, la acumulación de excesos, ¿quién de hecho destacaría más una mirada limpia, unas manos cuidadas o un porte elegante? Desnudarse es llamar a la crítica porque disfrutamos sobre todo cuando señalamos y, en eso, uno se pone al frente de la cola. Cuesta mucho más reconocer, aplaudir, cuando lo hacemos en todo caso sentenciamos que aquello no es más que la obligación del que genera el beneficio, que para eso cobra, que qué menos, pero si en cambio patina, si comete el desliz de hacerlo mal, entonces señalamos ojos en sangre porque no es justo, que para eso cobra. Hay muchos aspectos de esta sociedad nuestra por mejorar y desde luego la autocrítica es uno y el reconocimiento al otro, no solo cuando es un éxito deportivo que ahí nos volcamos como si nos fuese la vida, también; por tanto, entono el mea culpa por todas las veces este año que por no hablar bien de algo o de alguien callé y lo hice por no parecer pelota, detestable modelo, partidista o por aquello de no invitar a linchamiento a quienes acechan un párrafo conveniente para cebarse.
Llegado a este punto del mes de julio cierro, por tanto y una vez más, la verja de este mi jardín por este año, uno de los más largos y duros de los últimos porque aunque parezca que la vida sigue igual, nada permanece, todo cambia, lo hace lenta pero progresivamente como la gota que insiste sobre la piedra y que sabe, de ser posible que una gota swepa, que al final el surco terminará en grieta. Nada es igual: desde este año no habrá azafatas en la Vuelta, se incorporan azafatos y, además, se acabaron los besos. ¿Y qué daño hacen los besos? ¿Y por qué ese empeño en calificar sexista a una mujer bella allí donde la pongas? Me pregunto hasta qué punto esta sociedad que evolucionada hacia no sé bien dónde permitirá que alguien como yo afirme públicamente que le gustan las mujeres hermosas, hasta las que solo lo son por dentro, y los besos, hasta los que salen en la tele, y que no pasa nada, nada de nada, por asegurar que las mujeres y los hombres son humanos distintos con idénticos derechos. Y que no me gustan los azafatos. Como tampoco las toreras. Y me gusta que todo el mundo tenga derecho a pensar o elegir lo que le gusta e, incluso, a decirlo, como hizo aquel juez de Murcia al asegurar que violencia es una práctica abusiva de un ser sobre otro más débil y que debe ser castigada en la misma proporción cuando la practica un hombre sobre una mujer como al contrario. Le machacaron, claro está por machista y bla, bla, bla.
Justicia. Se ha conocido esta semana que el Supremo ha anulado un juicio celebrado en la Audiencia Provincial de Cádiz donde se condenó a un hombre de 62 años por abusos sexuales al hijo de su pareja debido a la mala calidad de las grabaciones de la vista, sumado al hecho de que esta semana se ha cancelado un juicio sobre un acto delictivo ocurrido hace casi cinco años y el juez cita para abril del próximo año, nada menos, sumado al hecho de que la judicialización de la vida pública ha sembrado no solo de temor sino, lo que es más grave, de parálisis toda administración por cuando la interpretación es libre y en consecuencia casi nadie se atreve a firmar un documento sino va avalado por varios informes que le exculpen de culpa futura hace que, quizás, la solución se haya convertido en el problema. Y el problema es una justicia con pocos recursos, o al menos no lo suficientes a tenor de la importancia que sus decisiones tienen para la sociedad, arbitraria por cuanto la interpretación humana puede llegar a justificar condenas muy distintas para delitos similares; y lenta, muy lenta, lo cual acarrea no solo las penas de banquillo y telediarios, que pueden llegar a ser las peores porque ese dolor trasladado en el tiempo no hay reparo posible que lo reponga a esa mayoría de encausados que son al final absueltos, sino irreal porque condenar un delito diez años después resulta muy desproporcionado porque en ese tiempo la vida de todos los de la sala es otra. Y sí, eso no exime de culpa, pero quien imparte justicia debería asumir que lo justo es también hacerlo con celeridad y proporción. La Audiencia le concede otro permiso a Pacheco, que con sus huesos en prisión parece haber querido demostrar en viva carne aquella frase que en su día dijo, que tan famoso le hizo y cuya factura hoy paga; de todas las ideas apuntadas en floreados jardines la tenebrosidad del entorno judicial es, sin duda, de las más inquietantes.
También la corrupción. El soule es un deporte practicado durante la edad media y señalado como antecedente del fútbol y de otras disciplinas como rugby o fútbol americano y cuyo objetivo era llevar una pelota al final del campo contrario. Sin reglas y utilizando todas las partes del cuerpo. Así han nombrado el dispositivo la UCO contra la corrupción en el fútbol profesional español que ha terminado con Villar en prisión. Estos años han demostrado que la corrupción es uno de los males endémicos de nuestra sociedad porque está instalada en, posiblemente, todas las capas sociales como una cebolla infectada desde el corazón hacia afuera; la hay tipo Bárcenas, Villar, Pujol, Urdangarín y la hay en el fontanero que va a casa y le convocamos sin IVA, al albañil o a toda la economía sumergida que aceptamos como método válido sin valorar en lo que vale el hecho de que el modelo social que sostiene sanidad y educación para todos se costea con los impuestos que no todos pagan. Claro que no es igual, pero es lo mismo. Quien convoca sin IVA, ¿qué no haría con un par de millones de euros con posibilidad de desvío que ante sus ojos pasaran? Y quien convoca sin IVA tiende a enfadarse y reclamar a los diez minutos de espera en el hospital.
Claro que qué sería de la crónica política sin el PSOE. Porque, reconozcámoslo, el PP es un partido pelín aburrido por cuanto los complejos internos pegados a su piel como la gomina sujeta el cabello no le permiten debatirse en público; Ciudadanos se está haciendo y nadie sabe bien en qué romperá y Podemos, Podéis para muchos, hace de la confrontación modelo y, claro, un rato puede apetecer, pero todo el rato resulta muy cansino, agotador. Queda, por tanto, el PSOE: intrigas constantes y a todos los niveles, federal, regional, provincial y, cómo no, locales, tan habituados a ellas están que sin ellas posiblemente perderían su fuerza organizativa y se derrumbarían como un castillo de naipes. El PSOE es el PSOE porque constantemente se rehace, refunde, reorganiza, rejuvenece, re... todo. Unos van y otros vienen y todos, al final, de un modo u otro, permanecen, que es la idea básica que une a cada pétalo de la flor. Pegados a la sabia que transmite vida.
Me disolveré por tanto en mi rincón perfecto entre dunas, pinar y mares como lo hace el cubito en licor noble templado, con tintineo incluido, saboreando despacio la vida por este medio siglo por el que transito y lo haré en Cádiz, mi tierra madre, donde Jerez, Sanlúcar o Rota acogen tanto destino a gente noble. Siempre con mi alma blanca y verde de esta Andalucía bella. Español. Ciudadano amante de un mundo sin fronteras, sin muros altos o bajos, ansioso por encontrar párrafos sobre papel impreso de esos que arañan tripas y recitándolos navegar libre como el velero chico cruza horizontes. Recordando siempre a los buenos, que son los que te aprecian desde un poco al infinito y hacen de uno algo mucho mejor de lo que es; desterrando la maldad y a quienes viven de ella porque ya bastante pena con eso tienen. Cosas de poca importancia, como cantara mi adorado León Felipe en su Qué lástima: Que no pudiendo cantar otras hazañas, porque no tengo una patria, ni una tierra provinciana, ni una casa solariega y blasonada, ni el retrato de un mi abuelo que ganara una batalla, ni un sillón viejo de cuero, ni una mesa, ni una espada, y soy un paria que apenas tiene una capa... venga forzado a cantar cosas de poca importancia.
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