Lo que queda del día

Hablemos del tiempo

Al gobierno de Jerez no hay que negarle la frustración por verse sometido al control de los “vampiros” de Hacienda, pero no siempre vale recurrir al victimismo

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De entre las últimas modas importadas de la televisión estadounidense, una de las más populares es la de los especiales dedicados al tiempo. Todavía no hemos llegado al extremo de que los meteorólogos presenten la sección con chubasquero o en bañador, aunque cada vez se animan más a salir a la calle o al campo con cierto afán didáctico, a la par que protagónico, convencidos de que el estigma del hombre del tiempo ha pasado ya a la historia gracias a los avances tecnológicos.

Los propios telediarios dedican a diario una pieza a informar de la situación meteorológica, aunque, de tanto insistir con la fórmula, han terminado por convertirse en secciones promocionales de Sevilla o Burgos -según la estación- y la playa de la Malvarrosa, como si no hubiese otra playa en España que la de Valencia -hasta Javier Sánchez Rojas invitó en una entrevista a copiar la genial iniciativa de quien consiguió colar en todos los hogares la referencia visual de una playa que está a años luz de las que tenemos en la provincia-.

Con lo incómodo que ha sido siempre tener que recurrir al tiempo para romper el hielo en una conversación, y hemos terminado por elevarlo a asunto de estado: detrás de cada tormenta, una catástrofe insinuada; detrás de cada granizada, una tragedia forzosa. Lo último, advertir en titulares de que en julio y agosto hará calor; por lo visto, algo tan habitualmente improbable como cuando alertaban de que haría frío en febrero. Se me ocurren algunas teorías de la conspiración al respecto: el temor de fondo al calentamiento global, las alusiones subliminales a nuestros miedos más primarios, la mera polarización de la opinión pública... todas al dictado de un interés particular, aunque dejémoslo en moda transitoria.

En realidad, no sólo el tiempo, sino también la obviedad convertida en asunto de estado, en cuestión de interés general. Ocurre igualmente con la política que se practica actualmente en nuestro país, que está plagada de obviedades, de discursos calcados, de gestos calcados, de tonos calcados, casi prefabricados, de ahí que muchos terminen por sonar a falsos o a forzados.

Esto último, por ejemplo, es lo que le ha pasado al Gobierno local de Jerez con el informe del Ministerio de Hacienda, que, entre otras cosas, consiguió que PP y Ganemos Jerez coincidieran a la hora de hacer la misma crítica al ejecutivo de Mamen Sánchez: había sobreactuado. Si lo recuerdan, la primera respuesta del Gobierno al informe remitido por Hacienda fue la de anunciar que lo que se pretendía era que se llevara a cabo otro ERE y que se recortaran 8 millones en salarios y servicios. Al día siguiente la propia alcaldesa tuvo que matizar la interpretación ante el revuelo causado en la plantilla, pero se elevó a 90 millones de euros el recorte que exigía el Ministerio.

Estaba el problema -la intervención del Ayuntamiento-, el adversario -el gobierno del PP- y, por supuesto, la solución -el gobierno socialista-, aunque no puede haber conflicto entre dos cuando uno de ellos no quiere pelear, y ese papel es el que ha desempeñado Hacienda una vez recopilada la información reclamada en su propio informe y que ha concluido con el visto bueno ministerial ligado a una acotación: hay 4 millones de euros que no se cree que pueda ingresar el Ayuntamiento, pecata minuta.

Al gobierno socialista de Jerez, como a cualquier otro acosado por las deudas de sus ayuntamientos -heredadas o no-, no hay que negarle este constante estado de frustración que debe exigir el verse sometido al control de los “vampiros” de Hacienda, como si fueran un equipo ciclista del Tour, pero recurrir al victimismo en busca de réditos políticos exige de un mejor cálculo, algo que tampoco justifica las reacciones revanchistas alentadas desde Madrid y desde el PP, como si acaso se le hubiese perdonado la vida a Jerez con este “margen de confianza”. No era solo obvio, sino predecible, y en cualquiera de los dos casos no se desvela el fin particular del asunto: ¿interesa de verdad esta polémica al ciudadano cuando hay tanto interés por hablar del tiempo?

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