La Momia

Publicado: 16/06/2017
Fracasa, en gran medida, porque no encuentra el equilibrio tonal que requeriría una obra de tales pretensiones
La momia (2017) quiere ser muchas cosas a la vez: quiere ser un remake de la película homónima de 1999, dirigida por Stephen Sommers; anhela iniciar un nuevo universo cinematográfico (Dark Universe) que aúne a los monstruos clásicos de Universal; pretende ser la nueva película de Tom Cruise y también ansía emular el éxito del actual cine de superhéroes. Y no puede, o mejor dicho, no sabe, ser tantas cosas.Fracasa, en gran medida, porque no encuentra el equilibrio tonal que requeriría una obra de tales pretensiones.

No vamos a caer en el error de presuponer que una película de tal magnitud no sabe lo que quiere ser o no sabe cómo contar lo que quiere contar. Lo sabe muy bien, pero su problema radica en que no lo consigue.

La Momia se fija en directores como Sam Raimi y John Landis, por citar algunos ejemplos, para emular la combinación de terror y humor que tan genialmente funcionaban en sus películas, pero se olvida de los mecanismos narrativos que estos utilizaban y se abandona al abuso del diálogo expositivo y forzado.

Su director, Alex Kurtzman, es muy consciente de lo que ansía, pero no maneja correctamente las herramientas de las que dispone para ello y abusa de la acción  —mal rodada— para resolver cualquier conflicto que se llega a plantear en la trama.

Basta con observar a los personajes y su escaso desarrollo y profundidad, para adelantarse al fracaso climático que pretendía conseguir Kurtzman en el previsible tercer acto de su película.
Ni Tom Cruise —con su condición de estrella mundial— ni Annabelle Wallis consiguen arreglar el desaguisado en el que sus personajes se encuentran, lastrados por decisiones tomadas según una lógica retroactiva o conveniencias del guion, una ambigua construcción de su personalidad y una emotividad que se antoja forzada y ficticia.

Sus relaciones intrapersonales no funcionan, porque o no se describen correctamente o no nos importan ni, en consecuencia, las relaciones interpersonales resultan creíbles o emocionantes.

La presencia sensual y a la vez aterradora de Sofia Boutella como la momia, la idea de construir un universo cinematográfico que muestre a los monstruos clásicos como antihéroes contemporáneos y el aroma a película de aventuras noventera que a veces se percibe en el ambiente consiguen mantener algo de esperanza frente a un Dark Universe que, pese a decepcionar en sus orígenes, podría resurgir en un futuro próximo de las tinieblas en las que ahora se encuentra, al menos si aprendiese a convivir con la oscuridad que lo rodea.

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