Hay que reconocer que Antonio Prats, su representante en Sanlúcar, siempre se capeó bien con la cúpula andalucista, desde los tiempos de Ortega y Rojas Marcos, se entendió con Pacheco y su séquito, aminoró el paso para cogérselo a Julián Alvarez cuando soplaba de poniente y, cómo no, pactó y defendió el cambio hacia Pilar González, la actual referencia a la que algunos, por no decir casi todos, quieren jubilar ya ante tan efímero eco en las urnas.
Y todo ello con inhabilitaciones de por medio, querellas, juicios, sentencias y grescas internas, lo que le convierte en un candidato idóneo para escribir sus autobiografía bajo epígrafes como Hasta el rabo todo es toro, Anatomía de un superviviente, No me mates que revivo o el siempre recurrente Hasta que la muerte nos separe. Son ideas sin pretensiones de derecho de autor.
En su último pacto con la debilitada Pilar González, asegura estar dispuesto a ir último en la lista si Raúl Caña acepta ser candidato y si éste no acepta, como normalmente pasará por una o por otra razón, liderará de nuevo la tropa andalucista sanluqueña en la búsqueda de ser la única alternativa que sume mayoría, porque eso de la inhabilitación no deja de ser para él una pequeña y tonta anécdota (Otro título: Antes muerto que sencillo…)
Cuando deje la política, que algún día lo hará a no ser que duerma metido en formol o que se congele cual Disney sanluqueño para regresar en el 2041, habrá que convocar una manifestación al estilo de las que tanto le gusta arengar -el pasado jueves estuvo en la convocada y escasamente secundada contra el paro- para reconocerle tantos años que contra viento y marea ha estado dándole vueltas a eso de ser alcalde.
Al menos la virtud, para el que así la entienda, de su insistencia nadie se la puede discutir, y eso que no ha habido Corporación en los últimos quince años que no haya soñado con devolverlo a la Guardia Civil con un intenso lazo rojo grapado en la frente.
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