De los manantiales de Torremolinos fluía el agua que alimentaba el cauce -familiarmente, el Cau- que discurría por la población y que, tras mover los molinos situados en sus márgenes, se perdía en el mar. La corriente acuática circulaba por la calle Cauce, la cual debe su nombre precisamente a este hecho. Con el tiempo fue soterrado el cauce, cuando las aguas dejaron de fluir debido a que fueron desviadas a la ciudad de Málaga, con lo que la industria molinera de la que vivía gran parte del pueblo desapareció definitivamente.
Las aguas de Torremolinos fueron otorgadas a Málaga por los Reyes Católicos; pero hasta finales del siglo XIX, en que se acusó la necesidad de un mayor abastecimiento, no aprovechó la urbe capital el vital líquido elemento de los manantiales de Torremolinos.
Ha de destacarse que las aguas de los manantiales de Torremolinos se hallan entre las más saludables de España y contienen, entre otros factores, 22 miligramos de magnesio frente a 50 miligramos de calcio por litro. Esta proporción del magnesio con relación al calcio es, de acuerdo con los nutricionistas, ideal para que el cuerpo asimile correctamente ambos elementos.
En la actualidad existen en la localidad tres fuentes públicas -hubo otras en su tiempo- que en abundancia suministran agua de estos copiosos manantiales a los ciudadanos, a saber, la fuente de la Plaza Costa del Sol, la de El Calvario y la de los Pinares. Aprovisionarse de ella para beber y para guisar es una excelente inversión sanitaria.
De los molinos que en el pasado operaban en el municipio, apenas quedan, en el Jardín Botánico, el de Inca (dedicado a museo del molino) y el de Batán (hoy restaurante). En el centro urbano, frente a la calle San Miguel, se yergue aún el inmueble del molino de Manoja, que fue el último en cerrar y trituraba lentejas para la famosa fábrica del Ceregumil.
Como colofón a esta breve reseña, destacamos el soneto de J. A. San Martín que dedica a las aguas de Torremolinos y aparece en el libro ‘Torremolinos en verso’: ‘Donde declina el monte, ayer sagrado, / allí donde la paz la pena olvida, / manan puras las aguas de la vida / y riegan el edén, del cielo estrado. / Jardín de la deidad, supremo agrado, / paraíso donde el ensueño anida, / del amor lacerado cierra herida / y brota, como el agua, renovado. / Nació Torremolinos de la entraña / que alberga cristalinos manantiales: / padre es el sol y madre la montaña. / Impregnado de efluvios celestiales, / el grande, eterno mar, su efigie baña / y le estampa la gracia de sus sales’.
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