Fermín Cabal es uno de los dramaturgos españoles más destacados de las últimas décadas. A principios de los 80 paseó con enorme éxito sus obras por los escenarios. Luego escribió guiones de cine y televisión. ‘Tejas verdes’, que se acaba de estrenar en el teatro Victoria de Madrid, es una obra durísima e imprescindible. Recuerdo, a principios de los 80, en el María Guerrero, ‘Vade Reto’, aquel memorable pulso actoral entre José Luis López Vázquez y Ovidi Montllor con un texto colosal de Fermín Cabal. Y ‘Esta noche gran velada’, en el Martín, con Jesús Puente y Santiago Ramos, la mejor obra teatral con el boxeo como fondo que ahora se me viene a la cabeza. Aquellas funciones me divirtieron. Tal vez porque era joven. Ahora, ‘Tejas verdes’, que es teatro político/político, me dejó al salir de la sala una profunda sensación de amargura, de desolación. No, claro está, por cómo se cuenta. Sino por lo que se cuenta. La obra es tristísima. Sin paliativos. Ni siquiera la irónica y humorística pincelada final cierra las heridas de lo que se ha contado. Pero ‘Tejas verdes’, digámoslo ya, es una obra extraordinaria.
Arranca con la solicitud formulada por el juez Baltasar Garzón en 1998 de extradición a España desde Inglaterra, para ser juzgado, del dictador Augusto Pinochet. ‘Tejas verdes’ es una descripción salvaje de las terribles torturas que sufrieron los represaliados por el golpe militar que derrocó en 1973 a Salvador Allende. A Colorina, una joven a la que llamaban así porque caminaba de una forma muy particular, como ese pájaro, la detienen para que diga el lugar donde está su novio, un joven activista. Ella no sabe de política, sabe de su pueblo, de las campanadas de la iglesia: de su juventud intrascendente.
Las torturas que narra Colorina, personaje extraordinariamente interpretado por Sara Sanz, son espeluznantes. Escuecen. Como también duele la experiencia de su amiga, que la delató. Esa mujer pudo soportar las torturas en su propio cuerpo, pero cuando los militares le llevaron a la celda a su bebé y crujieron delante de ella los dedos de las manos del crío con un cascanueces, lo contó todo. Hechos reales. Luego buscará obsesivamente el cadáver en paradero desconocido de Colorina. “Yo la delaté. Éramos amigas. Son cosas de la vida”, explicará mientras recorre fosas comunes. Y lo dirá Colorina: “Los muertos son como fetos que se crían en el vientre de la tierra”. El puño como dramaturgo de Fermín Cabal sigue firme. Y en alto.
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