Cuando le preguntan al hijo de un asesino a sueldo por su padre en la película de cine negro - eso sí, en color y con Oscar a la mejor fotografía- Camino a la Perdición, el hijo contesta: "Cuando la gente me pregunta si Michaell Sullivan era un hombre bueno, o si en él no había ni una pizca de bondad, yo siempre doy la misma respuesta; sólo les digo: era mi padre".
En el Pais Vasco, en los duros años de plomo, -conviene recordar cómo en 1979 y 1980, con la Constitución en vigor, los asesinados se acercaban al centenar por año- siempre había un dirigente nacionalista que lamentaban lo que hacía la muchachada etarra pero con un fondo de comprensión que exasperaba a todos los demás. No había una condena explícita, contundente, terminante de aquellos comportamientos execrables.
En Cataluña, casi cuarenta años más tarde, una parte del nacionalismo se ha pasado al independentismo y a la confrontación desafiante al Estado de Derecho. Sus formas han sido pacíficas y la teatralizacion de los actos en la calle ha estado cargada de desprecio al resto de España y sus instituciones pero la serenidad de los acontecimientos ha sido siempre la norma.
Hace unas semanas un grupo de descerebrados "universitarios" atacó un puesto de propaganda instalado por Sociedad Civil Catalana a las puertas de la universidad, porque defendían la unión con España. Hace dos días el ataque ha sido a la sede del Partido Popular de Cataluña y son innumerables las pintadas a las sedes de los partidos desgraciadamente llamados ya unionistas, como en el Pais Vasco eran llamados españolistas.
Se podrá reconocer que el proceso autonómico catalán no ha sido perfecto, que las infraestructuras no llegan a cuajar por los continuos retrasos, que Barcelona no recibe el mismo trato que Madrid siendo absolutamente equiparables y más, pero la contundencia en el rechazo a las acciones antisistema de la CUP y otros grupos de carácter independentista tiene que ser total porque la tolerancia es buena hasta que llega ante nosotros lo intolerable. Ante lo intolerable el Estado de Derecho tiene que defenderse, como frente a la corrupción, como frente a la violencia, al crimen organizado o a la trata de personas o de las mafias de la droga y el blanqueo de dinero negro. Lo intolerable destruye el Estado constitucional. No vale el "es de los míos".
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