La tarde anterior al comité federal del pasado octubre en el que el PSOE votó gestora interna y abstención ante el PP se reunían en la cafetería de un hotel de Madrid los más cercanos a Susana Díaz, que en un cuaderno con tintas de colores supervisaba los nombres de los 219 miembros y el sentido del voto de cada uno; ganó la votación del día siguiente por 139 contra 96. Esta semana su entorno ha filtrado el anuncio de que anunciará, tan redundante como cierto, el próximo 26 su candidatura a la secretaría general y lo hará con el riesgo medido, que para ella es elevado. De hecho, se lo juega todo ante quienes no se juegan casi nada, pero pocos dudan que ha cogido el mismo cuaderno de entonces y durante meses de silencioso trabajo ha anotado nombres y porcentajes de aquí y de allá para garantizarse agua en esta otra piscina. Hay riesgo, claro está, el salto es elevado y desde esas alturas es difícil medir si habrá líquido suficiente para amortiguar el impacto.
Susana Díaz libra solo batallas que tiene certeza de ganar, lo hace además sin temblar un ápice cuando para ello debe apartar a compañeros que en alguna etapa la ayudaron a avanzar. De eso saben bien Monteseirín, Viera, Velasco, Chaves o el propio Griñán. Son las cosas que tiene la política y en cuyo plano orgánico la trianera brilla de manera notable porque si con 24 años fue delegada de juventud en el ayuntamiento de Sevilla, hoy, poco más de década y media después, aspira al poder máximo del socialismo español y, desde él, a la posible presidencia del Gobierno. Para eso hay que tener ciertas cualidades. Quizás la primera mujer con serias opciones a conseguirlo salvo que Rajoy ceda el mando a alguna de las suyas, poco probable. Es conocida la habilidad de Díaz en la trifulca interna, logrando apoyos convenientes en momentos adecuados, apartando rémoras sin tiembles cuando la conveniencia se lo exige, calculando abrazos, aplicando los principios básicos de la fontanería paterna a su día a día hasta llegar a la punta de un trampolín desde donde lanzarse, pirueta incluida, al éxito final. O al fracaso. Una de dos.
El PSOE se enfrenta quizás al mayor cisma orgánico de su historia por cuanto no se discuten solo el liderazgo que emane del proceso de primarias y posterior sino han de elegir entre dos modelos de partido distintos, contradictorios, antagónicos que hoy conviven bajo la misma sigla y que luchan por hacerse con el control de una marca cuyo suelo en urna es alto, ahora más bajo que nunca. Dos partido diferentes dentro de la misma casa; uno, más radical y tirado a la izquierda, cercano al entorno del partido Podemos y a esa militancia que palpita en rojo intenso. El otro, más pragmático, centrado, mezclado con porcentajes de blanco para ofrecerse rosado, sin abandonar su posición ideológica de izquierdas sobre todo en lo referente al modelo social, pero menos radical, laico y en parte confesional, más en la zona donde habita el voto en masa que otorga gobiernos y que, hoy sí lo tiene claro, identifica a Podemos como enemigo y nunca como aliado: sabe que esa unión solo acarrea muerte.
Los próximos meses van a ser muy duros porque lo que se avecina es una guerra civil dentro del PSOE y lo que al final resulte estará entre lo malo y lo muy malo. No es como otras veces cuando se ha discutido un liderazgo dentro de un modelo ideológico y de partido; hoy es evidente que existe una separata entre aparato y militancia y es consecuencia, quizás, de muchas cosas que han desembocado en lo de ahora, demasiados lavados de imagen sin profundizar en la renovación de modelos ni en el discurso ideológico apostándolo todo a referentes estéticos y, ante eso, el electorado reacciona a la baja porque lo que percibe es poco. Puede ser que el modelo de partido que propone Pedro Sánchez merezca consideración de ser tenido en cuenta como posible rumbo ideológico a seguir, pero no parece sensato que lo defienda quien ha logrado los dos peores resultados de la historia de este partido y que se propone a sí mismo como salvación; cuando en política uno representa fracasos clamorosos electorales y, en determinadas fases, rozando el ridículo, la única posibilidad decente es irse, por mucho que se quiera justificar el resultado señalando a la crisis, a la irrupción de Podemos o la, no es menos cierto, campaña de descrédito interna con que le acosaron los suyos desde su mismo nombramiento.
La candidatura de Patxi López, que fue la primera y en estos casos lo probable es que sume determinados apoyos para cuando se cerciore de sus escasas opciones sumar con una de las otras dos y, a día de hoy, casi nadie sabe decir con cuál, no representa a ninguno de los dos modelos de partido que se dan cita en esta lucha final y por eso su trayecto se presume corto. La candidatura de Díaz está avalada por la fuerza que le dan las victorias en Andalucía y el carácter aguerrido y verbo ágil de la presidente andaluza, muy necesario para el partido en un momento de crisis de identidad como el actual y, bien es cierto, más fácil de manejar de Despeñaperros para abajo que hacia arriba; no lo es menos que el balance de gestión que acompaña a la compañera Díaz es pobre porque de casi nada puede especialmente presumir. Sanidad, educación, economía, fiscalidad, desarrollo o empleo son parcelas en las que Andalucía no destaca. Y esto se lo van a recordar en cada rincón de España por donde pise. Logró, al menos, canjear la abstención de su gestora ante el PP mediada por Ciudadanos por estabilidad presupuestaria en Andalucía y, sobre todo, porque la comisión de investigación de los cursos de formación dictaminara, gracias a los votos con Ciudadanos, eximirla de cualquier responsabilidad política en un asunto que la afectaba directamente. No es lo mismo llegar a Madrid impoluta que con una mancha en la solapa. La abstención ante el PP de su gestora no fue gratis.
Habrá debates, lo cual será una erosión pública inevitable para Díaz. Y en ese trance, Pedro Sánchez gana porque su discurso es más populista: "No es no ante la derecha" y, claro, la militancia se lo va a comprar. La exposición pública le favorece mucho más que a una Susana Díaz que si perdiera en estas primarias no hallaría camino hacia el futuro en Madrid, pero tampoco retorno en Andalucía. Nadie lo reconocerá, pero hasta ella sabe que es así. ¿Qué sucederá con Pedro Sánchez y los suyos si Díaz gana? No hay futuro para Pedro, ni para los suyos. Esto es así, no es que al día siguiente desaparezcan del mapa, -Pedro sí, al menos del socialista...-, pero de un modo u otro irían menguando hasta diluirse en la nada.
Dos modelos de socialismo, uno más a la izquierda y otro más centrado, ambos con sus argumentos, uno rojo sangre y otro rebajado de tono, uno que canta la internacional con el puño en alto y la lágrima apuntada y otro que, más bien, la susurra. Esa misma internacional, cántico de los trabajadores escrita por un obrero francés en 1871 y que jamás la oyó hecha himno, que el partido Podemos quiere para sí y entona para revestirse de revolución pero, tal vez, sin transmitir la emoción que el canto requiere porque les falta en su retina esa memoria que, en cambio, hace del PSOE un partido imprescindible, histórico y necesario. Hoy roto por muchos intereses personales que ahora les agrupa en una lucha final que no presagia nada bueno y, en eso al menos, parecen todos de acuerdo.
Bomarzo
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