Un periódico nacional, cuyo director ha sido recientemente galardonado por la Junta de Andalucía, publicaba el pasado domingo una crónica negra del día más desgraciado del PSOE, desde la recuperación de las libertades en España. Lo titulaba “La jornada trágica del PSOE” y hacía un relato de lo que fueron capaces de hacer un grupo de 250 dirigentes socialistas en representación de los aproximadamente 180.000 afiliados. No cuenta que la asonada comenzó con la entrevista a Felipe González en el mismo grupo de comunicación –a modo de lo que significó el Grándola, Vila Morena del cantante José Afonso en la noche del 25 de abril de 1974 en Portugal-. Tampoco relata la llegada de la autodenominada máxima autoridad del partido socialista a la puerta de Ferraz con la intención de sustituir a todos los órganos del partido y establecerse como autoridad competente, en este caso, afortunadamente civil.
Esa jornada se pronunció la frase clave para que no hubiera posibilidad alguna de acuerdo: “Lo quiero muerto hoy”. Era, para entenderlo bien, políticamente muerto y hacía la marcha atrás imposible. Se refería al secretario general que resultó finalmente defenestrado y dimitido. Todo lo que se recita estos días sobre unidad, hermandad, solidaridad, fraternidad y honestidad, en encuentros en los que no se ha pedido perdón por el espectáculo bochornoso que se ofreció a la sociedad, se entiende en la clave del esfuerzo de cambiar una cabeza por otra.
La cabeza de Pedro Sánchez por la cabeza de Mariano Rajoy. Lo han entendido perfectamente todas las comparsas y chirigotas de Cadiz, pero sus protagonistas no lo aceptan.. Sánchez fue arrojado a las tinieblas exteriores de la ejecutiva, puesto en la puerta del Congreso de los Diputados y el órgano que lo sustituyó obligó a todos los diputados socialistas a abstenerse ante Rajoy -pudiendo haberse limitado a los once precisos para la investidura- que era la finalidad perseguida –y lograda- con el movimiento de descabalgar al secretario general. Las explicaciones las dan sus protagonistas. Uno muy destacado gritó, ante la sugerencia de un arreglo: “Ya no eres secretario general, no reconozco tu autoridad y lo que debes hacer es irte”. La agresión física estuvo cerca. Los gritos irreproducibles e impropios dieron la talla del cónclave. La conjura triunfó y comenzar la historia de nuevo no va a ser tarea fácil. Lo tienen que arreglar los 180.000.