Los bautizos civiles, según una tradición, se iniciaron en 1790 con la Revolución Francesa y los católicos nacen mucho antes, con San Juan, llamado el Bautista, precursor de Jesucristo, aunque la fecha de su nacimiento aparece incierta, probablemente tuvo éste lugar en Hebrón unos seis meses antes que el de Jesús, consiguió remover a todo Israel con el rito del bautismo, bautizando al propio Jesús. Por lo tanto, estos bautizos civiles sin pila bautismal, ni Biblia, ni agua bendita son, como ha afirmado Rajoy, de un ridículo interplanetario. El llamar bautismo a estos actos es una forma más de emular celebraciones y ritos históricos pertenecientes a aquellos a quienes se critican y censuran constantemente, parece como si hubiera un cierto afán por ejercer de sacerdote de una fe laica, de un Dios civil. Podemos considerar esta forma de sacerdocio civil como la consagración activa y celosa al desempeño de una profesión o ministerio elevado y noble, pero nunca tomando como referencia un rito religioso que en nada tiene que ver con esto.
Tras estos bautismos civiles en los que no tienen cabida la medallita de oro, regalo de la abuela con el santo de su devoción, ni la ropita de cristianar, ni suntuosas capillas como la isabelina de San Miguel, las de cúpula estrelladas de San Mateo o San Marcos ni siquiera el famoso Baptisterio de Pisa, se habla ya de comuniones civiles –me imagino que será con una rebaná de pan de la venta La Cueva por poner un ejemplo, porque no hay comunión sin Eucaristía–, vendrán, a cierta edad las confirmaciones civiles que podrán llamarse ceremonia civil de confirmación de ciudadanía –aunque en esto es mejor no dar ideas–, los casamientos que ya tenemos, las fiestas de despedidas de casados que cada vez abundan más o las celebraciones civiles de aniversarios de bodas que también se están llevando a cabo y puede que hasta en caso de estar en trance de fallecimiento se acerque el concejal de turno para darnos la extrema unción civil, esa que nos permitirá por nuestra condición de ciudadano progresista y liberal entrar en paz en el gran reino de los civiles donde reina el Dios civil, escoltado por ángeles vestidos de guardias civiles y lleno todo de salones municipales y estancias civiles que nos harán recordar los grandes momentos de nuestra vida de ciudadano civil.
En este afán de dar alternativas a los sacramentos se nos olvida una muy trascendente, el de la penitencia, la importante ceremonia para la sociedad civil de la confesión civil de verdad, esa que de una vez por todas podríamos tomarnos en serio para que el Estado de libertad, democracia y progreso funcione mejor. Esa confesión civil que obligaría, con toda la contundencia de un Estado de derecho, a eliminar las lacras sociales, el que para que unos vivan muy bien no tengan otros que pasar hambre, a tantos delincuentes y criminales que campan a sus anchas amparados en leyes obsoletas y frágiles. Haber cuándo los que tanto presumen de progresistas aprovechan su tiempo en cosas más productivas e inventan una confesión civil que, sin devaneos y con la verdad por delante, obligue a tantos generadores de lacras sociales a tantos delincuentes civiles que andan sueltos, a hacer examen de conciencia, propósito de la enmienda, decir los pecados al confesor y sobre todo, con todo el peso de la ley, cumplir la penitencia.
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