Mas, aunque el personal se ha serenado, los dispositivos de la Medicina Preventiva no están inertes: antes al contrario, saben que muy probablemente lo peor de esta pandemia gripal está aún por llegar. Esta presunción se basa en el análisis de las carácterísticas de las tres pandemias de influenza del siglo pasado. Repasemos los rasgos que nos han mostrado.
En primer lugar, un elemento definidor en cada pandemia es un cambio o shift del virus, cuya composición antigénica difiere de la gripe estacional: el S-OIV es el resultado de un reordenamiento mixto de genes porcinos, aviarios y humanos. Esa novedad hace posible al virus eludir la inmunidad adquirida por el huésped frente a otros agentes previos. El segundo rasgo es que la morvimortalidad suele desplazarse hacia personas más jóvenes y saludables: así ha ocurrido ahora también, y con anterioridad he postulado la idea de que los viejos sufrimos menos esta gripe porque nos hemos enfrentado en el pasado ya a virus tipo H1N1, residuos de la gripe de 1918, en cierto modo similares a los actuales. Recientes artículos sobre el tema abonan en igual sentido.
En tercer lugar, y éste es un rasgo clave, una pandemia se compone de varias ondas epidémicas, separadas por meses o años; suele ser habitual que el primer brote resulte más benigno que alguno de los siguientes. Es la razón fundamental por la que el afán de la OMS y de los laboratorios que la secundan es preparar cuanto antes una vacuna eficaz, que pueda aplicarse a partir del otoño próximo. La cuarta característica de las pandemias es su alta transmisibilidad: el llamado "número reproductible" (número de contagiados a partir de cada enfermo) suele ser muy elevado, entre 2 y 5, lo que traduce la dificultad de la prevención por aislamiento. Finalmente, existe una gran heterogeneidad topográfica en el reparto de víctimas mortales.
No quisiera pecar de "cenizo", como diría un castizo. Pero la gripe S-OIV no puede darse por finiquitada, antes al contrario.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es