Manchester by the sea

Publicado: 10/02/2017
Qué difícil es comunicarse. Transmitir lo que uno quisiera decir, sin que en el torpe proceso de la conversación todo se difumine por el camino
Qué difícil es comunicarse. Transmitir lo que uno quisiera decir, sin que en el torpe proceso de la conversación todo se difumine por el camino, es una tarea compleja que conseguimos acometer con más pena que gloria a lo largo de nuestra vida, pero puede llegar a transformarse en ardua cuando el contexto que nos envuelve se ve invadido por la pérdida, la culpa y el duelo.

Kenneth Lonergan, en una demostración de plena confianza en sus habilidades como escritor y narrador, nos regala Manchester frente al mar, una película sobre las cosas que no tienen arreglo ni marcha atrás, como la muerte, las palabras o el invierno. En ella, Lee Chandler (Casey Affleck) se ve obligado a volver a Manchester, su pueblo natal, debido a la muerte de su hermano.

Manchester frente al mar no está concebida para romperte el corazón directamente, sino que lo resquebraja y luego lo colma hasta hacerlo estallar. Su montaje, de factura excepcional, consigue entrelazar tiempo pasado y presente para tejer con finura una tremenda historia sobre las dificultades que encontramos para seguir hacia delante cuando ya no queda nada detrás.

Y lo hace sin dejar espacio al clímax, al torrente dramático que demandaría cualquier otra obra abocada a transmitir lo que esta consigue gota a gota, plano a plano, rodando con asombroso realismo la impasible cotidianidad de los que se quedan cuando otros se van para siempre.

Los fantasmas nos sorprenden en el fondo del congelador; agazapados en la mirada extraña de los demás; pacientes en el lugar donde crecimos; crueles en el frío suelo del cementerio, y hasta en los sueños, pero nunca llegan hasta el mar, donde los malos recuerdos se diluyen en la brisa y en la espuma de las olas.

Me sorprendería no ver a Casey Affleck sosteniendo el Oscar a la mejor interpretación masculina el próximo 26 de Febrero. Su materialización de emociones en los pequeños matices de su gesto; en la inamovible rectitud impostada de su figura, totalmente rota por dentro y en su eterno vagar sin rumbo por calles y charlas vacías, deberían ser merecedoras del más prestigioso reconocimiento, pues de todos los espectros que deambulan por el film, él es el que más tangiblemente nos toca.

En definitiva, una película que esconde en su sencillez un discurso muy elaborado acerca de las contrariedades que aparecen a la hora de expresar nuestros sentimientos; del caos emocional que solo percibe aquel que lo carga; y sobre cómo el ser humano es capaz de continuar su camino, con incluso pizcas de humor mediante, portando los pedazos de lo que nos va quedando cuando la vida se desgasta a nuestro paso.

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