Siempre es un placer releer las “Escenas y costumbres de Jaén”, magistralmente descritas por el costumbrista Rafael Ortega Sagrista, de cuyo legado hemos podido aprender no pocas cosas del pasado de esta tierra.
En esa obra es dónde Ortega Sagrista narra cómo era la vigilia navideña en la antigüedad, la cual llevaba unida el ayuno y la abstinencia. Nada de carnes o grasas animales y, ni que decir tiene, los dulces no serían probados hasta el último momento, como colofón de la Nochebuena, tras la Misa del Gallo.
Al parecer en Jaén lo más habitual era una modesta sopa, bien de ajo, cebolla o de huevo. Tras la sopa, un también modesto segundo plato: la verdura. Eso sí, verdura fresca de las huertas cercanas a la ciudad y, en el mejor de los casos, algo de pescado. Por supuesto que, siempre fue así, había quienes podían permitirse manjares que estaban muy por encima de la media, como por ejemplo los besugos.
En la primera década del siglo XX, el ayuno de Navidad se anticiparía al día 23, e incluso al 22 si la fecha caía en domingo. El objetivo, según algunos, era tratar de evitar las infracciones que, a lo que se ve, eran cada vez más habituales en la cena de Navidad. Seguramente esa decisión contribuyó y dejó el camino libre a las, por norma general, exageradas cenas de Nochebuena de la actualidad.
Pero más allá del condumio, la Nochebuena sigue siendo una fecha hermosa para la mayoría de los que la vivimos. Fiesta familiar y entrañable para la inmensa mayoría y con una significación muy especial para los cristianos, que celebramos el nacimiento del Niño Dios, que trae a la humanidad un mensaje de paz, amor y libertad. Celebramos el nacimiento de la Luz del mundo.
Este año las fechas navideñas coinciden con la fiesta judía de Janucá. Durante ocho noches las familias judías encenderán una luminaria por día. El candelabro utilizado, de nueve brazos (ocho luminarias-días y una que sirve para encender el resto), se conoce con el nombre de Januquiá. Es también una fiesta de luz, en la que se recuerda el milagro de que, durante ocho días consecutivos, el candelabro del Templo de Jerusalén estuviera prendido con una cantidad de aceite que sólo daba para una jornada. Un suceso que ocurre tras la liberación del pueblo judío con la victoria de los macabeos. En estos días, por tanto, coincidimos en la celebración de unas fiestas que simbolizan, de una u otra forma, la llegada de la Luz sobre nuestros pueblos, sobre la humanidad, con un mensaje de liberación.
Que la paz sea con vosotros. Feliz Navidad.
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