En estos días las redes sociales comparten la foto de este grupo de mujeres de la Generación del 27 que fueron silenciadas hasta hace poco tiempo, hasta hace pocos años. Rosa Chacel, María Teresa León y María Zambrano son las que más suenan, las más conocidas en el mundo de la literatura y la filosofía. Cuando citamos esta generación, de inmediato surgen ellos, cuando ellas también estaban, pero a su sombra. Tuvieron que acudir al desafío para que la sociedad tomara conciencia de su existencia.
No es el caso de las citadas anteriormente, que como escritoras tuvieron su público, aunque la más reconocida fue María Zambrano, a quien se le concedió el premio Cervantes dos años antes de morir. Sin embargo poco o casi nada se sabe de las otras, sólo lo que nos acerca Internet, referencias en alguna publicación puntual y el libro de Tania Balló, que define a Las Sinsombrero como rompedoras y libres también en su vida privada, que abrieron el camino a las mujeres de hoy. Las reseñas que encontramos coinciden en sus vidas apasionantes pero ensombrecidas por la propia sociedad que las tildaba de provocadoras. Tuvieron que recurrir a este arma, a la provocación, para intentar cambiar las normas, para ilustrar con su trabajo. Algunas gozaron del éxito pero fue tan efímero que el exilio o la muerte las silenciaron. Es ahora cuando resurgen, cuando se las reconoce como artistas, porque arte fue lo que transmitieron.
Una de las menos citadas fue la pintora Maruja Mallo, mujer extravagante que se atrevió junto a su amiga a pasear sin sombrero por las calles de Madrid. De hecho escribió que se ataría un globo a la muñeca y a él le pondría el sombrero para quitárselo a la hora de saludar. Su obra es claramente surrealista, estilo que marcó profundamente la vanguardia española. En ella prima lo espontáneo y lo personal, entendiendo las formas y el color como parte del movimiento de la escena que representa, su propia libertad.
Esto y mucho más lo apreciamos en El Espantapájaros, del año 1929. Se trata de una obra en la que los planos se definen entre la verticalidad y la horizontalidad. Sobre un campo llano se alzan dos espantapájaros. Las telas que los disfrazan de fantasmas aparecen arrugadas, como si el viento estuviera jugando con ellas, aportando más movimiento a una naturaleza viva para la que la artista ha utilizado una interesante gama de grises. El fruto se encuentra esparcido, surgiendo de la tierra como por azar, a ras de tierra o con flores de tallo largo contemplando lo que vuela, formas imaginativas, graciosas e incluso frágiles que llevan al espectador a una planta gigantesca similar a una cactácea, que limita la llanura -como nuestras tunas- para adentrarnos en el plano del fondo, una serie de montañas tan unidas que apenas deja ver el final de la diagonal redundante, apenas sugerida, con que comienza la lectura de esta obra.
Maruja Mallo desarrolló un estilo propio al que se llamó surrealista porque no existía otro que la identificara. Sus trazos los impregnó de energía, pasión y sensualidad para llenar de vida sus obras. Ella fue una o la primera Sinsombrero. Desde estas líneas nos sumamos a su recuerdo. Las publicaciones van rompiendo el silencio doloroso y latente que las aislaba.
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