La bailarina nunca comprendió, probablemente tampoco hizo el esfuerzo, de entender que para que sus “brisé” resplandecieran en el escenario tenía que tener un tramoyista que cuidara del decorado, que alguien la iluminase con el foco para que aún resplandeciera más y que sus “tutus” no se planchaban solos.
El tramoyista nunca comprendió, probablemente tampoco hizo el esfuerzo, que la verdadera estrella era él. Una carrera truncada que le hubiese permitido llegar a ser un gran escenógrafo. Sin embargo, el tramoyista prefirió apartarse y dejarlo todo. Son las cosas del corazón. Por ella todo. La quiero. Estoy enamorado.
Y la bailarina triunfó. El público la aplaudía con sus imposibles “cabriole”. La admiraba y la envidiaba al mismo tiempo. Su ascenso había sido fulminante, meteórico. Y el tramoyista, desde la sombra que le proporcionaba las bambalinas, se sentía feliz. Su amor era ella. Esa que recibía todos los honores.
Pero la bailarina se olvidó del tramoyista. Creyó que no le hacía falta. Incluso le reprochó su falta de ambición. Él sólo asintió y lo aceptó sumiso. El amor, el enamoramiento que sentía por ella no le permitía comprender que la persona de la que estaba enamorado sólo era un reflejo de su propio ser. Ella era deslumbrante y grande, por que así era él.
Cuando llegó el momento de la separación, cuando el público se enteró de aquella ruptura, enmudeció y tampoco lo comprendió. Y el tramoyista sólo les pidió que la siguieran aplaudiendo para que no despertara de su sueño. Para que nunca se encontrara sola. Pobre del tramoyista, el público la seguirá aplaudiendo en el teatro, pero nunca podrá hacerlo cuando los focos se apaguen tras la función y sola se vuelva a casa. Cuando el dormitorio, en las noches frías del invierno, se transforme en un desierto helado, en un frío infierno. Allí el público no estará.
El tramoyista recogió sus cosas, también se llevó los corazones de sus compañeros. Desconsolado, desorientado, probablemente decepcionado; cerró la puerta del piso que desde años atrás había sido el escenario donde se desarrollaba su historia de amor y suspiró.
Mientras que la función dure, la bailarina se sentirá el centro del universo. Luego, no. Mientras que la vida dure, el tramoyista olvidará los “brisé de volé” de su amada, y podrá seguir siendo feliz. Será en otras tierras, en otros lugares. Y el público seguirá recordando al tramoyista. Y lo querrá de verdad.
A una de las mejores personas que he conocido. A un tipo extraordinario. Suerte.
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