Una injusticia real

Habrán oído hablar de la sanción que le han impuesto al padre de una de las niñas de Alcàsser por injurias sobre la investigación del asesinato de su hija...

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Habrán oído hablar de la sanción que le han impuesto al padre de una de las niñas de Alcàsser por injurias sobre la investigación del asesinato de su hija. Conocerán la ridícula cifra que tiene que pagar el juez Garzón por dejar escapar a dos traficantes. Igualmente conocerán los cinco años de prisión que pide el fiscal para cada uno de los menores que degollaron a otra menor, a los que se añadiría tres años más en libertad vigilada. A todos estos podríamos añadir, cientos y cientos de casos que se clavan en las entrañas de la justicia más injusta que podemos tener.

Pues bien, conozco un caso que está a punto de consumarse dentro de muy poco, con el veredicto de un juez. En este caso ocurre todo lo contrario, es la injusticia de la justicia la que asesina el futuro de una persona, y lo que es peor, la infancia de una criatura. Me van a permitir que les hable del caso, a grosso modo dado que el individuo es de todos conocido, y que adorne la historia para confundir a los curiosos; pero eso sí, sin alterar el fondo de la cuestión.

Conozco al interfecto desde niños, ya que por las cosas del destino me críe frente a él. Y por ello puedo asegurar que nunca fue un espabilado, en el sentido chungo de la palabra, más bien todo lo contrario. Aun así acabó trabajando donde no debía, para quien no debía y haciendo cosas que no debía. Como consecuencia de esto, acabó en prisión y pagó parte de la pena, que aún hoy, no le han impuesto. Rehizo su vida junto a su compañera y hace unos meses tuvo un niño. Pero, por las cosas de la vida, su mujer ya no está y él tiene que lidiar con su trabajo y con su crío. Eso sí, ayudado por los tíos del niño.

Pues bien, tres años después, la justicia le pide cuentas –no tiene bastante el destino con arrebatarle el futuro una vez, que vuelve para arrancarle de un zarpazo la libertad y con ello la esperanza y la ilusión. A la vez que le devuelve al pozo donde nunca debió entrar, si el destino hubiese sido justo con él–.

Está claro que todos tenemos que rendir cuentas ante la justicia. Al igual que está claro que no puede servir de excusa el hecho de que haya transcurrido el tiempo. Pero sí se debiera tener en cuenta la situación actual y sobre todo diferenciar entre el que entra en un mundo por la puerta principal y el que lo hace por la puerta de atrás y prácticamente a empujones, y sobre todo, engañado por el destino.

Llegados a este punto la justicia debería ser más flexible pues quizás, privar de libertad a un individuo sea una condena justa, pero privar a un crío de su padre es un precio excesivo, máxime cuando éste no tiene culpa de nada. Espero que la justicia, haga honor a su nombre, por una vez –desde que la conozco–. Y el juez dictamine lo más acertado. Si quiere, su señoría puede pasarse cualquier mañana por la Ribera y lo verá paseando tranquilamente, en un instante donde sólo existen él y su niño. Donde ni usted ni nadie puede arrebatarle su destino.

Espero que usted, señoría, tome la misma vara de medir que tienen con los menores –su hijo lo es– y con su colega. A fin de cuentas quizás uno de los que él dejó en libertad tenga la culpa de que hoy día un niño se pueda quedar sin padre.

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