Escrito en el metro

Un científico malagueño en Damasco

Pocos, muy pocos, saben que el método científico que aplicamos hoy tuvo como padre a un malagueño.

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Pocos, muy pocos, saben que el método científico que aplicamos hoy tuvo como padre a un malagueño. Las postrimerías del siglo XII le vieron nacer en el seno de la familia del herbolario, siendo por ello conocido con el sobrenombre de Ibn Al-baytar. Al igual que Machado siempre tuvo impreso en su recuerdo el olor a limonero de su infancia, nuestro paisano siempre rememoró el aroma de las higueras de los corrales malagueños. De afamada clarividencia científica rápidamente destacó como botánico y a los 23 años decidió iniciar una extraordinaria expedición hacia Oriente, un periplo tan apasionante como el de Marco Polo u otros aventureros, pero que a principios del siglo XX se silenció. 

Al igual que otros científicos andalusíes Al-baytar fue recluido en el olvido por el simple hecho de que ya por su nombre no se correspondía con la confesión imperante. Tal vez por esa misma razón tampoco cuenta aquí con una calle, ni siquiera en el PTA, cargada de nombres de investigadores, o en el Campus universitario, lugar que bien merecería tal distinción, ya que como decía Borges en la Universidad debe insistirse en lo antiguo y en lo ajeno.

A lo largo de su extensa ruta fue descubriendo y describiendo especies algunas de tanto interés como la endivia, tan valorada gastronómica y farmacológicamente en la actualidad. Tal era su inquietud científica por aportar novedades que según algunos biógrafos murió envenenado al estar probando un fruto venenoso en Damasco, epicentro cultural de su tiempo qué le acogió en la última etapa de su vida. Hace unos años una expedición de malagueños, entre las que se encontraban Alfredo Asensi y Blanca Díez, fueron a homenajear a nuestro gran científico a tierras de Siria, donde aportaron interesantes datos sobre la vida de Al-Malaquí, el malagueño, cómo se le apodaba en los círculos académicos a tan venerado personaje. La Ciencia posterior bebió con suficiencia de la fuente de conocimientos de este ocultado personaje.


Cuando vemos cada día el drama de Siria, de sus gentes y de sus ciudades, es imposible no reparar que aquella tierra fue siempre una nación acogedora, y que allí yace uno de los malagueños más ilustre de la historia de la Ciencia.

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