Mientras voy en el coche con mi hija pequeña (cuando vestía 8 años) contemplamos los relámpagos dibujados en el cielo anochecido de El Puerto de Santa María. El refulgir de su luz le llama la atención poderosamente y no hace sino mirar por la ventanilla boquiabierta como el que mira la magia de un payaso.
Y ¿cómo se produce un relámpago? Pues por el choque de dos nubes.
Y ¿el trueno, qué es? Pues el ruido de ese choque. Uno es luz y otro sonido.
Y ¿qué es la tormenta? Pues el agua que cae tras el choque de las nubes.
Ahora soy yo el que pregunto.
¿Sabes por qué llega antes el relámpago?... porque la luz es más veloz que el sonido
Y ¿por qué llega luego el trueno? Porque el sonido es más lento que la luz y más rápido que las gotas de agua atraídas por la Tierra.
Y ¿por qué llega luego la lluvia? Porque tarda más la lluvia que el sonido y que la luz, es de menor velocidad.
Sigue mirando el cielo tratando de descubrir nuevos relámpagos. Ahora se produce uno en el cielo de su alma y exclama: “Ya sé, papá, es una misma cosa pero con tres consecuencias, es lo mismo que la Trinidad de Dios, que es un solo Dios pero tres personas, igual que pasa con las nubes, el relámpago, la tormenta y la lluvia”.
Decía el genial cardenal Newman que “no nos debe extrañar que seamos vilipendiados y despreciados por aquellos a quienes les resulta más fácil atacar las creencias de los demás que definir las suyas”. Quédate tranquilo cuando creas que el cielo se va a abrir y se va a acabar el mundo. Nosotros a lo nuestro. Deja que griten, que coceen.
San Patricio lo explicaba con el anagrama del trébol y cada vez que nos santiguamos invocamos a las tres Personas de la Trinidad. Tres en uno para desoxidar la vida más mohosa.
Misterio inalcanzable, que no requiere demostración científica para sentir con fuerza su certeza más verdadera y profunda que te hace cantar.
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