A Juan Manuel Moreno Bonilla (Juanma a secas en terminología interna del partido) se le ha atragantado el segundo aniversario de su elección como presidente del PP andaluz. Agarró oficialmente en marzo de 2014 las riendas de una formación al alza y decisiva para que Rajoy tocase la Moncloa, aunque noqueada anímicamente por la frustración de haber tocado con Javier Arenas una cota histórica al ganar las primeras elecciones autonómicas, aunque con un registro de 50 escaños estériles que poco pudieron hacer ante el pacto PSOE-IU. El dedazo de Rajoy para su nombramiento también abrió una grieta en la calle Génova porque desautorizó en público a Dolores de Cospedal, que se inclinaba abiertamente por José Luis Sanz, el alcalde de Tomares que tuvo que masticar en silencio el inesperado viraje.
A Moreno se le colocó enseguida el apellido de renovador, esa condición que se presupone a todo aquél que aparece por los grandes despachos en tiempos convulsos. Ha habido cambios de cromos en su equipo y quizás formas renovadas (aunque menos de lo que se presuponía), pero de lo acontecido en Granada en los últimos diez días se desprende que no todo parece estar lo bien atado que al líder le gustaría.
La caída en desgracia de José Torres Hurtado, primer edil de uno de los grandes bastiones del PP andaluz, ha rozado el sainete. Detenido el día 13 junto a otros 15 acusados de orquestar toda una trama urbanística desde el mismo Ayuntamiento, la dirección regional del partido le invitó de inmediato a “echarse a un lado”. Traducido, le estaba exigiendo su autoinmolación en forma de renuncia para no hacer más daño. Pero contra todo pronóstico, incluso después de una petición en público de su secretaria general en Andalucía, Loles López, Torres Hurtado replicó, con grito incluido ante los micrófonos, con un sonoro “¡no!”.
La insumisión dejaba tocado a Moreno Bonilla, incapaz de controlar los excesos de su todo poderoso aún alcalde. El presidente cedió para ganar tiempo y le ofreció que recapacitara hasta el 12 de mayo, fecha en la que está llamado ante el juez. En otro desplante, Torres Hurtado decidió saltarse la generosa oferta y, en otro ejercicio de órdago a la dirección regional, optó entonces por dimitir. Segunda bofetada. Pero la despedida reservaba además un regalo envenenado: en su caída ponía como condición arrastrar a su teniente de alcalde y presidente del PP provincial, Sebastián Pérez, con el que mantenía una batalla personal y política, algo que Moreno tampoco pudo enmendar antes de la explosión final. Las direcciones nacional y andaluza claudicaron.
“No, desde luego que no parece que se hayan hecho bien las cosas. Lo que hemos trasladado es que estamos a merced de lo que un peso pesado diga en lugar de lo que manda el partido”, asume alguien con bastantes trienios acumulados en el PP andaluz. Moreno Bonilla, cuentan, ha tenido que rumiar durante días con un díscolo y teme que su liderazgo se haya visto zarandeado. El precio, salvo sorpresa mayúscula, es perder una capital de provincia y el arsenal que el resto de partidos acumulan en su contra para acusarle ahora, en la inminente nueva campaña electoral, de alimentar corruptos en sus filas.
A la espera de las listas
Moreno levantó desde su irrupción el lema “una persona, un cargo”. Con esa máxima ha tratado de forzar a sus peones a elegir entre una u otra responsabilidad, casi siempre en clave local porque han sido los alcaldes los que tradicionalmente han solapado su actividad con la de diputados.
En la aplicación de la consigna también se le han sublevado. Por ejemplo el alcalde de Estepona, José María García Urbano, quien mostró sus reticencias desde finales de 2015 y no fue hasta la pasada semana cuando cedió para quedarse en el Ayuntamiento.
Tampoco ha dejado su puesto de primera edil de Valverde del Camino Loles López, secretaria general del PP y que, se supone, tendría que optar entre el Ayuntamiento y el Senado. La consigna en el PP es clara: no remover nada porque el 26J asoma ya y será entonces cuando toque discutir de nuevo las listas.
La teoría de los dos raseros de C's
El PP andaluz sacó ayer a relucir la teoría de las dos varas de medir de C’s: “puño de acero” con ellos y “guante de seda” con el PSOE ante los casos de corrupción. Moreno Bonilla acusa a los de Rivera de estar “obsesionados” con los socialistas, de los que seducen sus “políticas y sus dirigentes”. Esa supuesta afinidad se intuye en la condición de “padrino” del PSOE “que te ayuda en los momentos difíciles”, frente al acoso al PP con la moción que les puede arrebatar Granada.