La tribuna de El Puerto

Hail Caesar!

Los hermanos Coen están empeñados en escribir y dirigir historias para que unos pocos, lo que ellos mismos denominan como su pequeño público abstracto, o mejor dicho, sus feligreses, por el contexto en el que nos movemos, sean incapaces de perder la fe en el cine

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Los hermanos Coen están empeñados en escribir y dirigir historias para que unos pocos, lo que ellos mismos denominan como su pequeño público abstracto, o mejor dicho, sus feligreses, por el contexto en el que nos movemos, sean incapaces de perder la fe en el cine.

“Hail Caesar!” es el nuevo trabajo de este dúo de artesanos, autores de obras del calibre de “Fargo” (1996) y “El Gran Lebowski” (1998), entre muchas otras. Su filmografía, intachable, se caracteriza por estar dividida en dos grandes grupos. El primero se distingue por un tono más serio, formal y realista, mientras que el segundo está ya consolidado como el baúl de las comedias, todas disparatadas, humanas e inteligentes.

La película de la que hablamos a continuación seguramente caiga dentro del segundo grupo, sin embargo, no debe ser considerada por ello una obra menor, ya que lo que puede parecer un film ligero y algo difuso en su caótico argumento, se erige como una sucesión de brillantes escenas enlazadas por un hilo conductor fino y dorado, y aunque es cierto que pierde en trascendencia con respecto a otras obras de Ethan y Joel, en ella se esconden multitud de pequeños momentos reveladores, homenajes sinceros, crítica sutil, hilarante y paródica; y por último, y no menos importante, gratas sorpresas como el personaje de Alden Ehrenreich, divertidísimo y a la vez arrebatador.

El homenaje y la satirización de la época dorada del Hollywood de los años 50 se plasma en cada set de rodaje que visitamos durante el desarrollo de la trama: habilidosos vaqueros de serie B sin actitudes interpretativas; simpáticos números musicales repletos de color y baile; el ansia de lucimiento personal de musas, directores y periodistas de la época, etc.

Todo ello mientras seguimos al “fixer” interpretado por Josh Brolin e inspirado en la figura real de Eddie Manix, antiguo productor ejecutivo de la Metro Goldwyn Mayer, un solucionador de problemas que vive en sacrificio continuo para la única religión en la que de verdad cree: el cine.

Es curioso que la película, salvando las distancias, me recuerde a la poderosísima "Inherent Vice" (2014) de Paul Thomas Anderson, y que Josh Brolin sea, en este caso, el mejor vínculo de unión posible entre estas dos alocadas comedias.

No todos los días podemos asistir a una reunión entre los representantes de diferentes iglesias para decidir si una película respeta o no la figura de Cristo, ni a una sesión de estudio formada por guionistas despechados que se han unido al Comunismo como represalia por el maltrato sufrido a manos de la industria capitalista cinematográfica. ¿Su venganza? secuestrar a una estrella de Hollywood (bravo por George Clooney). Magnífica.

Para leer más sobre cine puedes visitar mi blog elmurodedocs portello.wordpress.com

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