¿Recuerdas a ese bebé que cogiste un día en tus brazos, arropaste, acariciaste, protegiste y que siempre quisiste lo mejor para él?
Recuérdalo. Recuerda cómo tratabas de estimular sus sentidos, sus emociones y sus logros, cómo pretendiste siempre ofrecerle todo aquello que le venía bien para fomentar su desarrollo de la mejor manera que supiste hacerlo.
El bebé, como el niño, como el adolescente, como el adulto necesitamos continuamente de la bendición de la motivación. Esa que nos ayuda a levantarnos, a seguir, a cambiar y mejorar. Esa que nos brinda la energía y capacidad para superar los obstáculos que se nos presentan a lo largo de nuestras vidas.
Existen dos, o eso dicen algunos expertos. Una intrínseca y otra extrínseca. La primera es aquella que emana del interior, de dentro de nosotros mismos, de nuestros intereses, de lo que llama nuestra curiosidad personal y profesional, la que nos mueve a alcanzar y conseguir aquello que nos inspira y nos ayuda a crecer.
La otra, la segunda, es la que procede de aquellos que nos animan a seguir y ser mejor cada día, que nos apoyan, nos entienden, nos valoran… y solo buscan que hallemos lo que más nos convenga para ser felices.
Por ello, y sin más preámbulos, motiva tus sueños, llénate de ellos y hazlos realidad cada día, porque cada día cuenta. Estimula con tu ejemplo y tus ganas. Y recuerda, déjate llevar por aquello que te hace ser siempre la mejor versión de ti mismo.
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