Cuestión de narices

Publicado: 07/12/2015
Nosotros, los narigudos podemos meter las narices donde no nos importa, fumar bajo la ducha y ganar un dinero extra haciendo mudanzas de ópticas.
Tomé la decisión de nombrar esta sección como “El listillo de la americana” porque con el paso del tiempo he conseguido que esta prenda de vestir sea un icono que me identifique. De hecho, las malas lenguas aseguran que no me la quito ni para cagar. Pero supongo que sobra aclarar que esto no deja de ser una falacia infundada por la insana envidia que nos invade cuando nos cruzamos con alguien de buen ver, con porte, que sabe vestir y además lo hace con gracia y acierto.

Que no. Que por más que algunos insistan no voy a cambiar el nombre de la sección por la de “El narizotas”. Aunque sea hacer justicia a la verdad reconocer que el tamaño de mi nariz también es un detalle que me identifica, no soy de esos a los que les gusta tirarse por tierra así, gratuitamente.

Saben que soy un hombre sincero y que me gusta contar las cosas tal y como son. Buscaba un título que me identificase, que cuando el lector se lo encontrarse entre las páginas del periódico pudiese hacerse una idea de quién es el dueño esas líneas. Por ello, sería un acto de hipocresía negar que la idea de relacionar la magnitud de mi napia con el título de la sección no me haya rondado por la cabeza a la hora del brainstorming. Surgieron ideas como “Narilandia”, “Las locuras de Nariz Burton”, “Naripón”, “La nariz te cuenta”, “La rebeldía narizuda”, “El bueno, el feo y el narigudo” o “Cuestión de narices”.

Pero si se fijan bien, en el título definitivo de esta sección (El listillo de la americana) aparece otro detalle que me caracteriza: Listillo. Dícese de aquel que no es tonto. Espabilado. Al menos, lo suficiente como para saber venderse y dejar lo de la picota para las reuniones entre colegas, cervezas y aceitunas.

Aun así, me gustaría aclarar (y he aquí el cuerpo de este artículo [por llamarlo de alguna manera]) que tener la nariz grande y llamativa también tiene sus ventajas. Podríamos decir que disponer de una tocha en condiciones otorga una personalidad y un sello de identidad inigualables. Además, ofrece posibilidades y capacidades vitales para la existencia, tomando así ventaja sobre el resto de la humanidad que cuenta con una nariz simple, llana y de toda la vida.

Nosotros, los narigudos podemos meter las narices donde no nos importa, fumar bajo la ducha y ganar un dinero extra haciendo mudanzas de ópticas. Solemos tener un gran olfato para los negocios, podemos mentir todo lo que queramos sin riesgo a que nos crezca el miembro olfatil y no nos mojamos los pies cuando llueve. Nuestra fisionomía refleja fielmente la figura del número uno, del primero, del líder. Si nos quedamos encerrados en un ascensor somos los últimos en morir por falta de oxígeno, nos ponemos media cara morenita aunque llevemos gorra y tenemos ventaja en la foto finish de la carrera de fin de curso. Olemos el miedo, la inseguridad y el nerviosismo de las personas (Lo olemos todo, de hecho). No se nos caen las gafas. Estamos fabricados de mejor manera, somos seres aerodinámicos capaces de cortar el aire a grandes velocidades. Podemos nadar con precisión milimétrica al disponer de una quilla que permite la navegación y lo más importante, no tenemos complejos.

Podría seguir soltando párrafos y párrafos enumerando las infinitas ventajas que ofrece disponer de una nariz en condiciones, como Dios manda. Pero tampoco es plan de sembrar la envidia y crear una división entre las personas con narices vulgares y nosotros, los seres superiores. Nada más alejado de mi intención. Sin embargo, el recelo comparativo se hace casi inevitable en la mayoría de los casos. Aunque de vez en cuando a los seres humanos nos dé por parecer organismos complejos, me darán la razón cuando les digo que estamos configurados en la máxima de las simplezas. Que somos animales básicos, predecibles. Estamos destinados a comportarnos siempre de la misma manera y a reaccionar como lo hemos hecho a lo largo de toda nuestra historia. Es nuestra naturaleza.

Llevamos miles de años sobre la faz de la tierra y aún sentimos cierto resquemor inevitable cuando nos cruzamos con alguien que la tiene más grande.

Y mucho me temo que así seguirá siendo. Por los tiempos de los tiempos

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