Sociología

Publicado: 26/10/2015
No lo tenemos fácil porque el trono está deslustrado, comenzó con brillo creando ilusión en el pueblo pero al final se empañó
Tras las guerras siempre hay una parte de gente que se impone al común para ser dobladillo del nuevo mantel. Somos así los hombres: hay que recomponer el tejido social y resaltar sobre los otros es el premio en el nuevo orden. Has ascendido en el estamento social. Este trasiego siendo espontáneo es una forma eficaz de desescombro, pero haciéndolo intencionado da lugar a corrupción maloliente que atufa a cualquiera. De todas formas siempre el egoísmo dará una renovación necesaria. Yo soy un testigo por nacimiento de la época del  franquismo en que vi arrebato en muchos para medrar, y es una forma de selección natural, desdorados más o menos de oportunismo que acabará siempre siendo patriotero. Viviendo lo suficiente se ve de todo, o casi, porque lo importante está al final y así se cierra el círculo de la vida. Algunos de esta forma hacen ley ciega y sacrifican al hermano.

Y así un día me encontré como en un juego al Rey, que lo conocí de bombachos, y a la Reina Leticia que presentaba actualidad y no se imaginaba. La impresión es buena y hasta entrañable colgados de sus vástagos, dos niñas con caras de princesas y gestos formales. ¿Será posible? Y sí que lo es; un Rey cercano, con la sonrisa terminada, serio en el cargo, con la responsabilidad en una sociedad hecha a prisa, apresurada con las incidencias diarias, con una vela a Dios y otra al diablo. ¡Qué manera de quemar juventud, e ilusión y coraje!  El Rey tiene su mérito ganado a pulso y está llamado a ser equilibrio si funciona. Yo hablo por lo que he visto, no quiero equivocarme, y Dios lo quiera. En una monarquía puede haber humanismo y  en una república sólo se da eficacia distante. Pero de momento hay buenos síntomas.

No lo tenemos fácil, ¿o sí? La corrupción así como la honestidad viene a los pueblos desde arriba, en una mimética del ejemplo que puede ser fatal o beneficiosa, todo depende del acomodo del que campea y en este caso es de honestidad. Eso se ve y ojalá dure, que si es de por las buenas la dirección está fijada para siempre. No lo tenemos fácil porque el trono está deslustrado, comenzó con brillo creando ilusión en el pueblo pero al final se empañó. No estuvieron finos, a excepción del heredero al que no se le conoce mácula. Lo que ha tocado  hasta ahora, bien. Muy bien si cabe, sobre todo su espíritu de responsabilidad, que lo diga el que quiera. Cada cosa a su tiempo, como entrenando, en una garantía de futuro que a mí me inclina a su paso. Si a nuestros hijos su corona garantiza futuro, miraremos por los suyos igual de fieles y con la misma nobleza. Sin dejar de ser hermano que se desmarque y lo mismo de hijo. A la madre déjala libre que apaciente, que es reina de madera probada y noble como el palosanto. Te ayudará pues conoce su oficio y te esperará siempre con el paño de verónica para enjugar tu frente. Afortunado hijo de tal madre.

Pero tienes la carga de mirar por nosotros. A mí me coge a mis nietos. Que Dios te ilumine porque cada español nos ponemos serios al hablar de los nuestros. Y nos gustan serios los encargados y serio el futuro que ha de envolverlos. En tus manos, todos, que Dios te premie  tu entrega. Que sean felices tanto el rico como el pobre, que no tiene que ver, y nadie hiera a nadie. Que el pobrete sonría de ver al rico y éste a aquél, que así de acertado describía la Arcadia en sus Intereses Benavente. La felicidad es otra cosa que el que preside la vida de los hombres debe conocer. Porque esta vida es desde la disparidad y sólo nos iguala la muerte. Yo tengo por seguro que los hemos encomendado en buenas manos y pasarán el valle con los  ojos estremecidos de entusiasmo de ver lo nuevo y el regocijo de lo viejo, que son los amarres a la tierra que un joven ejercita.  Él, don Felipe, se ha situado separado de los suyos para soñar solo sin influencias, atento a la rosa de los vientos y a su familia como ha sido siempre la tradición de esta tierra. Ese buscamos que ha de conservarnos a la Princesa de Asturias y en ella a todas las princesas de nuestros lares que son continuidad y razón de todo.

Un Rey es garantía de hogares con vigor, sostenidos por madres que emulen virtudes en las que vernos reflejados sin caer en una tradición estéril. Una monarquía, que se modernice conservando la esencia del humanismo, es un tesoro. Nos librará de arribistas y sueños que terminen disolviendo y hará que distingamos lo que hoy es un lujo inalcanzado, lo razonable. Esto no se enseña en las aulas ni se alcanza en las batallas, no se dispensa sino que se lucha para conseguirlo en esfuerzo diario por individuos y en familia. Esto que solo queda en el atraso de ciertos pueblos, lo tenemos prometido en la figura de un monarca que se acoja a nuestro cariño y no se salga del camino para que no nos desviemos del recto tras su ejemplo.  La prevención nos hará sabios y echar a sus pies las saetas. Va por él.

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