El arte y la ciencia del urbanismo hacen sus planes mientras que el arte y la ciencia de la historia hacen la vida de las ciudades. También de sus espacios. Al fin y al cabo las urbes son entes vivos y rara vez se encauzan los planes que se tienen pensados para ellas. Nuestras calles y plazas fueron diseñadas en su momento por especialistas, el día a día las dotó de cotidianeidad. También los espacios.
Hay uno en la ciudad, delimitado por la ciencia y el humanismo en un extremo. En el otro y enfrentado, un contenedor de vidas parecidas y altaneras todopoderosas. En sus márgenes, a la izquierda se encuentra un lugar para llegar o partir de mil destinos y en el contrario, a la derecha, otro que fue historia y centro de presuntos delirios de grandeza de imperio y elogio de razas. Y en medio se encuentra el espacio.
Cuenta la historia que este lugar fue extrarradio pestilente y quemadero de gentes que no comulgaban con la mayoría. O al menos con lo que dictaba el poder. Esta vergüenza se taparía años después, con mercaderías ganaderas que asimismo se transformaría en escenario donde los poderosos se divertían y el resto miraba.
Los ciudadanos delegaron en técnicos para que pensaran en lo que había que hacer con el lugar. Mil proyectos se pensaron. Ninguno cuajó. Lo políticamente correcto plantó un jardín junto a un parque con una condición. Europa pagaba la quimera y a cambio se debía respetar una plaza pública para el disfrute de los ciudadanos.
Desde entonces, este lugar idílico situado en pleno centro de la ciudad ha servido como punto de encuentro para reivindicar, aprender, divertirse.
Es entonces cuando la ciencia y el humanismo creen que los ciudadanos tienen el derecho de acceder al conocimiento y plantea la construcción de un templo del saber. Un proyecto digno ideado por la técnica más cualificada. Zaha Hadid. Un universo de libros, construido por una iraquí en un espacio que fue protagonista de la intolerancia. La ciencia y el humanismo tienen estas ocurrencias. Sólo se ejecutó el esqueleto, no hubo tiempo para más. Los tecnicismos legales actuaron contra la mayoría.
Olvidado el mal trago, el espacio sigue, a duras penas, ofreciendo la posibilidad de poder encontrarnos con otras culturas, de limar asperezas. Puedes escuchar copla y hablar de Psicoanálisis al mismo tiempo. De comunicación y hacer planes para que en lugar de contar lo que hacen otros, lo puedas hacer tú.
San Sebastián aguantó una lluvia de flechas en su martirio. ¿Cuántas podrá soportar este espacio?
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