Seguimos por el tercer pilar. De los cuatro ya hemos concluido los dos primeros, el amor y la confianza como base incuestionable de la educación.
Si tomamos en cuenta que nos criamos y crecemos dentro de un marco donde la comprensión, el respeto y la seguridad marcan el estilo de vida que queremos llevar, entonces es evidente que estos factores pueden llevarnos a utilizar el error que todos cometemos como fuente básica de aprendizaje.
Cuando se cumplen las premisas anteriores, tanto en la escuela como en el hogar, el siguiente paso a tener en cuenta es que cada uno de nosotros aprendemos de diferente manera y que además todos nosotros alguna vez en nuestra vida hemos aprendido algo del pasado, de aquella equivocación que nos mostró el nuevo camino a escoger.
Las frustraciones y enfados que manifiestan los niños tras el fracaso de su intento son expresiones lógicas y necesarias, ¿quién no se ha cabreado y ha soltado ciento y un improperio cuando las cosas no le han salido cómo pretendía? Pues entonces hemos de entender al niño que se siente triste y defraudado por las consecuencias de haber fallado. Es esencial que desde niños sintamos y manifestemos este tipo de sensación para poder conocer y gestionar lo que nos pasa por dentro y conseguir cada vez más herramientas que nos faciliten un mejor manejo en situaciones futuras.
Los adultos son claves para que este aprendizaje llegue al niño. Siempre se dice que el ejemplo es la mejor enseñanza, por lo tanto los padres, familiares, tutores, personal docente... han de ser conscientes de los propios errores que siempre facilitan una lección valiosa para nuestro futuro pero que solo es posible vislumbrar si se está abierto a aprender de la experiencia.
No olvidemos que uno de los descubrimientos más importantes para la humanidad, la penicilina, fue hallada por accidente, por medio de los errores cometidos por el doctor Alexander Fleming.
Es vital y necesario cometer errores, fallar, conocer nuestro yo del pasado y el de hoy. Valorar los logros obtenidos y aquellos que quedaron en el intento. Porque al fin y al cabo en el equilibrio se encuentra la virtud, en la mesura perfecta entre lo que se consiguió y lo que aprendimos de todo aquello que procuramos alcanzar en el pasado.