Poco podían imaginarse sus vecinos de la calle Zabaleta en el barrio de Las Protegidas, donde nació Emilio Arroyo y los de la calle Salido, que aquel niño de pantalón corto que corría por las empedradas calles de Jaén se convertiría en el primer alcalde de la democracia. “Lo bueno que tenía aquella ciudad tranquila era que no existía discriminación social por barrios. Todos vivíamos juntos, el que tenía más, el que tenía poco y el que no tenía nada”, recuerda Arroyo. Tras su exilio estudiantil en Granada, cursando estudios de Geografía e Historia, y un corto paso por la Universidad de Málaga, donde tomó contacto con la política, Jaén creció y marcó, poco a poco, la distancia entre unos barrios y otros. Cuando Emilio Arroyo regresa a su calle Salido en 1977, como profesor del entonces Colegio Universitario de Jaén, el desorden había hecho mella en aquella ciudad que despertaba a la democracia. “Ahora se está retomando aquel trabajo que iniciamos la primera corporación local y que planificaba un crecimiento de Jaén no sólo hacia el norte, como sucedió años después, sino hacia el este y el oeste”. Arroyo, apartado de la vida política desde 1989, cuando dejó el Senado, asegura que la única relación que tiene con ella es la que le brindan en ocasiones los medios de comunicación, pero “siempre para hablar de la prehistoria política, que fue la mía”. De ella guarda gratos recuerdos, cuando las asambleas de los partidos eran abiertas y las votaciones se producían a mano alzada.
Desde su retiro docente no cree que la Universidad haya dado la espalda a la política, sino que simplemente son tiempos distintos. “En aquellos años las universidades canalizaban el pensamiento ideológico en todos los sentidos y aportaron personas que, como en aquel primer gobierno local, trabajaban por un cambio”. Ahora cree que todo es distinto, ni mejor ni peor, ahí no entra. Emilio Arroyo es hoy sólo un ciudadano más que cree que Jaén debe caminar hacia la comodidad.
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