Andalucía

"Es común en las FAS tapar hechos incluso patológicos y muy graves"

"Los altos mandos se tapan unos a otros para que no se sepa que algo marcha mal y afecte a su carrera militar y en el caso de la capitán Zaida se dan todas las circunstancias", dicen desde Amarte.

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Lo que queda claro en esta entrevista es que en las Fuerzas Armadas mandan los militares. El Ministerio de Defensa es la rama política pero no hace nada sin los informes preceptivos de los cuarteles generales, salvo en muy contadas ocasiones. Y dentro de ese mando de facto de los uniformados, existe una élite que decide –de coronel para arriba- y que no deja resquicio para que nadie que no esté en esa franja del mando pueda perturbar la paz pactada entre todos. Mucho menos el personal de tropa.

Francisco Ceballos Ezequiel es el presidente de la Asociación de Militares en Activo y Reserva/retirados de los Tres Ejércitos, una organización profesional encargada de defender a todos aquellos que están fuera de la órbita de las grandes decisiones, tropa, suboficiales y oficiales. Más hacia abajo que hacia arriba.

Él era el que explicaba que de puertas para adentro de los cuarteles, mandan los militares y de puertas afuera, los políticos. Pero ningún político se mueve ante un informe que salga de un cuartel. Y menos de un Cuartel General.

Con él aparece Francisco Millán Revidiego, adjunto a la dirección de la revista de Amarte, que lleva el mismo nombre que la organización y el más batallador a la hora de denunciar casos que han escandalizado a la opinión pública en las últimas semanas, aunque son sólo una pequeña muestra de lo que está pasando en las Fuerzas Armadas desde la incorporación de la mujer.

Y Fernando Osuna es teniente coronel auditor, abogado y el que lleva la defensa de los asociados a Amarte. Y el que pide que se ponga en marcha un control de los jefes y generales que impida los abusos de autoridad y los sexuales ante la indefensión en la que se encuentran ahora los subordinados.

Los tres hablaron con este periódico y los tres demostraron que no están por la labor de dañar a la Institución militar, a la que pertenecen, sino mejorarla reivindicando mecanismos de control y mejoras para los miembros de las Fuerzas Armadas. Mejoras que los militares no pueden exigir y que sí pueden hacerlo desde Amarte, aunque con unas restricciones que ocasiona que para un pequeño paso precisen de muchos años haciendo de mosca cojonera ante los políticos. Y sin manifestarse.

Para hacerse una idea, las asociaciones profesionales pueden estar en el consejo de personal, sin voz ni voto, con lo cual las propuestas que hacen se quedan flotando en el aire. Sólo les queda –que a los Cuarteles Generales no les gusta- llevarlas al Congreso de los Diputados donde las vez los políticos. Pero como éstos dependen de los informes de marras, “hasta ahora no se ha aprobado ni una”.

Por poner un ejemplo del poder de los Cuarteles Generales, la Ley de la Carrera Militar contó con una subcomisión que hipotéticamente se reunió durante dos años. “Luego se ha demostrado que el desarrollo de esa Ley no ha salido de la subcomisión de Defensa, sino que en su día se lo propusieron a los Cuarteles Generales y de allí salió”.

Los políticos, además, tienen un inconveniente y es que cambian cada cuatro años. Ahora hay unas elecciones y aunque siga gobernando el mismo partido, todos los organismos políticos cambian de personal en todo o en parte. “Lo mismo el que era ministro de Agricultura lo ponen en Defensa –dice Francisco Millán- y de Defensa no tiene ni idea. Cuando tiene que tomar una decisión se apoya en el Estado Mayor. El problema es que la opinión que recibe el ministro es la del Estado Mayor, que muchas veces es distinta a la de las partes bajas de los escalafones”.

Eso significa que si bien la cúpula militar tiene que velar por el interés de las Fuerzas Armadas y tomar las decisiones al respecto, el desapego que existe entre esa élite y la parte baja del escalafón puede motivar decisiones erróneas, con efectos secundarios. “Yo entiendo que los jefes de Estado Mayor tienen otras obligaciones, pero si no se da a los militares cauces para exponer sus problemas puede ocurrir lo que ha ocurrido con la capitán Zaida. Esa señora ha padecido acoso porque las asociaciones no funcionan. Si las asociaciones funcionasen, se hubiera presentado a una asociación y el presidente hubiera llevado el caso a una solución sin todo el escándalo que se ha montado”, dice Millán.

Ahí está la madre del cordero, la falta de un cauce legal para que el militar pueda exponer los agravios que considere. “Esta señora (la capitán Zaida Cantera) ha denunciado el caso en distintas instancias militares pero al final ha tenido que acudir a un juzgado para que solucionen el problema. Y la solución era muy fácil. El ministro, en vez de estar haciéndose el tonto como se ha estado haciendo, si hubiese cogido a ese teniente coronel en el primer momento y lo deja disponible, sin tomar ninguna represalia, el problema se hubiese resuelto”, sigue diciendo Millán.

Pero el problema sigue existiendo y lo enfoca Fernando Osuna. “Lo que ocurre es que los altos mandos tratan a toda costa de que no se vea que las cosas no funcionan bien y tapan, tapan, tapan… ¿Por qué? Porque si hay un problema dentro de esa unidad ya está en entredicho el jefe de esa unidad. Eso es muy común en las Fuerzas Armadas, tapar hechos que pueden ser patológicos y muy graves. A lo mejor ha habido abuso sexual, o abuso de autoridad y para que el coronel o jefe de la unidad no salga a relucir en la prensa, lo tapan. Hay mucho corporativismo y eso no es correcto. Si hay un mando que se está excediendo en sus atribuciones, rozando ya la línea delictiva, lo que hay que hacer es poner una querella y en conocimiento del ministerio fiscal. Y si hay que hacerlo, cesarlo inmediatamente independientemente de las medidas judiciales. Pero medidas administrativas se pueden tomar en el momento, no tapar y tapar”.

El militar agraviado siempre se encuentra en un callejón sin salida. No cuenta con un cauce para saltarse al superior que lo acosa y si lleva el caso a la prensa está infringiendo el reglamento, lo que lo lleva fuera de las Fuerzas Armadas. “En el caso de la capitana se da todo lo que no debe ser. Esta señora, para poder hablar con un superior le tiene que pedir permiso a su acosador para que le deje hablar con el otro. O sea, que el conducto reglamentario no sirve para nada en la mayoría de los casos”, dice Millán, quien aboga por hacer unas asociaciones profesionales “en condiciones”, con capacidad para saltar el escalón que ahora mismo es imposible sin consecuencias fatales para la carrera del militar. Y para el porvenir de su familia. Las medidas se tiene que tomar “inmediatamente, porque mientras más pronto llegue la solución menor es el mal que se hace”, insiste el periodista.

Fernando Osuna, lejos de creer que dar publicidad a esos casos puede ser contraproducente para las Fuerzas Armadas, “las sociedades son mucho más libres cuando todas estas cuestiones salen a relucir como salen a relucir los casos de terrorismo, narcotraficantes… ¿Por qué no se puede enterar la sociedad de que hay disfunciones en la colectividad militar? Que hay un coronel, con todo el poder que tiene un coronel, que está abusando de esa potestad tan grande para hacerle la vida imposible o para machacar, hablando en un lenguaje coloquial, a una inferior o a un inferior. Una sociedad que no sabe lo que tiene en las Fuerzas Armadas creo que no es una sociedad suficientemente instruida. Es bueno que todos los problemas salgan a relucir”.

El argumento que se podría usar en este caso es el problema que supondría que la sociedad tuviera conocimiento de todo lo que se oculta debajo de la alfombra de un estamento tan sensible como son las Fuerzas Armadas. Y hablar de sensible se habla de vulnerabilidad por el desprestigio que supondría para el Mando, desprestigio que desembocaría en una merma en la autoridad, al menos moral, con lo que ello conlleva en un estamento en el que la disciplina y el cumplimiento de las órdenes es fundamental.

“Yo creo que sería bueno que supieran los mandos que tienen mucho poder, que cualquier desviación, cualquier conducta pueda ser captada por los medios de comunicación y por la sociedad. Eso es una garantía, un control, un contrapeso para que ese mando no se exceda porque sabe que si se excede la sociedad se va a enterar. Es que si hay una impunidad, si se tapa eso para que el coronel ascienda a general, porque tiene fajinitis...”, dice Osuna.

El mal es general, tercia Millán, no sólo en las Fuerzas Armadas. “Los políticos tapan a los suyos; en la empresa, el que tiene poder abusa del inferior... Es el sistema el que le permite que abuse y no les pasa nada en la mayor parte de los casos. En este caso el coronel (el teniendo coronel que acosó de la capitana) está en el Ejército, en el Estado Mayor y ejerciendo un cargo de subdelegado en Madrid. O esta hasta hace muy poco. En cambio la capitana, ya comandante, es muy posible que tenga que abandonar el Ejército. La víctima tiene que abandonar el Ejército y el acosador, no. Pero no es cosa sólo de las Fuerzas Armadas. Lo que ocurre es que en las Fuerzas Armadas, al haber una disciplina y una jerarquía, puede darse más”.

Ese es uno de los grandes problemas de las Fuerzas Armadas, pero no el único. La propia carrera militar es una carrera de obstáculos, precisamente más ahora que están profesionalizadas y deberían de estar todo mejor reglamentado. Y lo está, pero con efectos perversos para los que están más abajo del escalafón de mando. Esto es, los suboficiales.

Los suboficiales tienen un recorrido muy corto y sólo dos caminos distintos –totalmente distintos, que es donde está el problema- que seguir. Los suboficiales cuando entran en la academia saben que pueden irse luego a otra academia para ascenso a oficial o seguir para subteniente o suboficial mayor. Y ahí se queda, explica Francisco Ceballos, aunque ahora después de 25 ó 30 años de servicios asciende a oficial como una especie de premio. Pero no se contempla al inicio.

Ese problema tiene dos vertientes. “No es que se le condene a estar toda la vida como suboficial, porque puede acceder a la escala media, aunque la mayoría, por comodidad continúa como suboficial hasta su pase a la reserva”, aclara el presidente de Amarte. Sin embargo, Millán puntualiza que “no es como antes. Antes se ingresaba en el Ejército de soldado, curso de cabo, curso de sargento, curso de brigada, curso de teniente, curso de capitán… Ahora el tope lo tienen en subteniente, porque a sargento mayor llegan muy pocos. ¿Qué quiere ser oficial? Tiene que abandonar ese camino que llevaba, irse a otra academia y empezar de cero”.

Osuna piensa que ese salto “desmotiva mucho. Deberían arbitrarse mecanismos para incentivar a algunos, no a todos porque es imposible, para que no estuvieran anquilosados toda su vida en dos o tres empleos. El suboficial que haga muchos cursos, que desarrolle una actividad muy buena… vamos a arbitrar caminos para que vaya subiendo”.

Por ahí van las reivindicaciones de Amarte, a duras penas, luchando contra otras arbitrariedades como que parte de una promoción ascienda a capitán y comandante y otros no –obviamente porque tenían el curso aprobado- o que los asciendan a capitán y comandante, salgan en el diario oficial, cobren como tales pero no les dan el título “porque ha sido un ascenso teórico”. Eso está en la Audiencia Nacional que ya ha sentenciado a favor de los militares con efectos extensivos.  Unos efectos que se traducen también en que se les reconoce una antigüedad en el cargo superior a la que tienen, porque deberían haber sido ascendidos antes. Y entonces lo que se reclaman son los trienios, aunque el 90 por ciento está jubilado y reconocerlo sería una medida nada gravosa para las arcas de Defensa.

Donde son más pesimistas los responsables de Amarte es en el patriotismo que se les supone a los soldados profesionales de todas las nacionalidades que han entrado en las Fuerzas Armadas, más extranjeros en las vacas gordas de la economía, más nacionales en las vacas flacas. Millán es el más crítico en eso recordando la “invasión” del islote perejil y la negativa de los soldados de origen marroquí a enfrentarse a “mis hermanos musulmanes”. Pero eso ya es otra historia que no empaña el buen papel de unas Fuerzas Armadas que gozan del prestigio en la sociedad, sobre todo por sus misiones en el extranjero, y que paradójicamente sufren la desafección de una sociedad sin cultura militar. Que tampoco sabe lo que pasa dentro de los cuarteles, salvo de vez en cuando.

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