Los judíos en España

Publicado: 08/04/2015
Según el investigador Jorge María Ribero Meneses, los hebreos serían oriundos de las tierras españolas del río Hebro, Hebero o Ebro, que dio nombre a Hiberia o Iberia
    Es un hecho probado que los judíos estuvieron afincados en España durante largos siglos hasta 1492, en que los Reyes Católicos decidieron expulsarlos después de que dichos monarcas instauraran la temida Inquisición, a instancia de los poderes religiosos, cuyos miembros, bajo el fanático dominio del fraile Tomás de Torquemada, abusaron hasta el hastío de los condenados por herejía o simplemente sospechosos de ella, aunque no se hubiera probado la acusación. El punto es que los bienes de los condenados, fueran culpables o inocentes, se repartían entre el Estado y la Iglesia. A pesar del célebre Siglo de Oro, tres siglos de oscurantismo se cernieron sobre el Reino de España por la persecución religiosa y la falta de docencia pública. Tan solo los privilegiados accedían a la cultura y las artes. El pueblo llano se limitaba a vegetar, esclavizado a las exigencias de gobernantes y terratenientes sin escrúpulos.

  

 La expulsión de los judíos de Sefarad -que tradicionalmente se entiende como España- constituye uno de los mayores errores de la monarquía hispana, ya que los descendientes de Judá eran trabajadores ejemplares y contribuían con no poca generosidad al erario público. Tras la expulsión de los judíos, España terminó de sumirse en el fango económico, que previamente se había visto agravado por las constantes luchas contra la ocupación musulmana.

 

    La palabra ‘Sefarad’ pudo haber sido aplicada a España por vez primera por los judíos expulsados de la Península. El vocablo en cuestión viene del hebreo ‘SPRD’ (traducidos los caracteres a letras latinas, que en realidad son hispanas) y su mención en la Biblia se referiría, más que a España, a una ciudad de Babilonia que algunos doctos citan como “S’pharad”. El profeta Abdías puntualiza que “los cautivos de Jerusalén que están en Sefarad poseerán las ciudades del Neguev” (Abdías 1:20).

 

  Si el texto de Abdías con la palabra Sefarad se refiriera a España, eso significaría que los judíos se habrían establecido en España en el siglo VI antes de nuestra era, a raíz de la toma de Jerusalén por el ejército de Nabucodonosor II. Es lo que en la Edad Media se tenía por cierto entre los propios judíos. Probablemente arribaran también a la Península Ibérica los afectados por la diáspora del año 70, cuando los romanos asediaron Jerusalén y la redujeron a escombros. Ello se deduce del hecho de que han aparecido en algunos lugares de España lápidas con caracteres hebreos, del siglo II. No falta quien asegura que hasta pudiera ser probable que el motivo de pretender visitar España el apóstol Pablo fuera porque había colonias de judíos establecidas en la Península, a pesar de que Pablo tenía por asignación impuesta la de evangelizar a los gentiles, si bien ello podría ser en plan preferencial.

 

   Ya en los tiempos del rey Salomón se construyeron, bajo la dirección del ingeniero fenicio Hiram, naves que iban a Tarsis, entendiendo no pocos eruditos que Tarsis se refiere a España, aunque no está demostrado, debido a que tales naves se construían y mantenían, no en un puerto del Mediterráneo, sino en el puerto de Ezion Geber, sito en el golfo de Aqaba. Según la Biblia, Salomón tenía en Ezion Geber una flota de naves de Tarsis junto con la flota de Hiram.

 

   Si Tarsis se refería a España, tales naves tendrían que circunvalar Africa entera, a no ser que existiera el suficiente espacio para pasar por el lugar donde hoy se encuentra el Canal de Suez. El caso es que los judíos recorrían las costas del mundo conocido e incluso del desconocido en aquellos lejanos tiempos. No se descarta que, efectivamente, hubieran arribado a las costas españolas junto con los fenicios, los cuales levantaron en Gadir, Cádiz, un templo a la diosa Astarté, al igual que hizo Salomón en Jerusalén. Judíos y fenicios estaban muy relacionados en aquella época y a donde iban unos, iban otros.

 

    Que los judíos visitaban España y se acomodaban en ella desde tiempos remotos, incluso anteriores a nuestra era, es más que una mera posibilidad. Los propios judíos afincados en España aseveraban que ‘habían regresado a la tierra de sus antepasados’. Ello puede entenderse perfectamente si tenemos en cuenta lo que menciona en sus libros el investigador de la Historia, Jorge María Ribero Meneses, quien preconiza que ‘los hebreos eran oriundos de las tierras del Ebro’, por tanto, de España.

   

La palabra ‘hebreo’ o ‘hebero’ derivaría, pues, del río ‘Hebro’ o ‘Hebero’, escrito originalmente con H, que Ribero Meneses entiende como letra típicamente hispana y que representa las dos columnas de Hércules entrelazadas. Aunque no quieran admitirlo los historiadores ortodoxos, el río Ebro o Hebro o Hebero fue el que dio nombre a Hiberia o Iberia. Por tanto, los vocablos ‘ibero’ y ‘hebero o hebreo’ vienen a ser sinónimos. Los ‘hebreos’ o los ‘hiberos’ o ‘heberos’ serían, sencillamente, ‘los del gran río’ de la Península Ibérica, que en la antigüedad se habrían desplazado por el Mediterráneo hasta alcanzar las tierras de allende el Mare Nostrum, no sin antes haber fundado núcleos urbanos en sus orillas. Probablemente los ascendientes de los filisteos, procedentes de la isla de Creta, fueran ‘hiberos’ o ‘hebreos’ que optaron por fijar su residencia en dicha isla.

 

    En la Biblia se menciona que los hebreos establecidos en las tierras orientales, sin importar cuál fuera su verdadero origen -aunque el libro sagrado deja caer que el patriarca Abraham y su familia y sirvientes, procedentes de la ciudad de Ur, fueron los primeros hebreos-, dieron lugar con el tiempo a las doce tribus de Israel, entre las que figuraba Judá, así denominada por descender de Judá, uno de los doce hijos de Jacob, que después cambió su nombre a Israel. La tribu de Judá derivó en la nación de Judá, con la capital en Jerusalén.

 

    En opinión de los expertos, los miembros de la tribu y nación de Judá se denominarían comúnmente ‘judaítas’. En época no precisada tras el regreso del destierro babilónico -en que los habitantes de Jerusalén fueron tomados cautivos cuando Nabucodonosor arrasó la ciudad 18 años después de haber subido al trono- el nombre de la nación de Judá fue cambiado por el de Judea, y de ahí la denominación de ‘judeos’ o ‘judíos’ de sus moradores.    

 

  Los más exactos mapas de navegación o portulanos españoles de tiempos pretéritos se deben precisamente a los judíos establecidos en Mallorca. El rey Jaime II favoreció sus labores y los protegió en la isla, donde construyeron una descomunal sinagoga. El infante portugués Enrique el Navegante, hijo del rey Juan I de Portugal, fue uno de los ilustres personajes que solicitaron los servicios cartográficos de los judíos de Mallorca.  

 

  Eminencias sefardíes en la España de la Edad Media fueron principalmente: Ibn Shaprut, nacido en Jaén y médico de la corte de Abderramán III; Salomón Ibn Gabirol, nacido en Málaga, poeta y filósofo también conocido como Avicenbrón; Bar Hiyya, de Barcelona, célebre matemático; Abraham Ibn Ezrrá, de Tudela (Navarra), reputado matemático, gramático y astrónomo; Maimónides, de Córdoba, médico, filósofo y rabino; y finalmente Moisés de León, que escribió ‘El Libro del Esplendor’, el texto sagrado de la Cábala. Evidentemente, nos dejamos otros muchos en el tintero. España hubiera sido el faro mundial de la cultura si los sefardíes no hubieran sido irrazonablemente expulsados de la gran nación hespérica a la que tenía por genuina patria madre.

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