Abderrahmane Sissako es un productor, guionista y realizador mauritano. Uno de los escasos directores africanos que gozan de proyección internacional y prestigio consolidado. Ha presidido el jurado en Festivales y, concretamente, esta cinta que nos ocupa, coproducción franco-mauritana, compitió por la Palma de Oro en Cannes y estuvo nominada al Oscar a la Mejor Película de habla no inglesa.
En ella se nos cuenta la historia, cuyo guion han escrito conjuntamente su firmante y Kessen Tall, de una pareja que vive a las afueras de una ciudad, que ha caído en manos de extremistas fanáticos, con su hija y un niño que pastorea sus reses. El terror que estos desalmados han impuesto, y que afecta especialmente a las mujeres, no parece afectarles hasta que…
La mirada singular, llena de sabiduría, inteligencia y lucidez radical de Sissako, se posa con una profunda tristeza, no exenta de rabia, sobre este estado de cosas. Sobre un estado de excepción fascista y sumarísimo, en el que la misoginia, la abolición de los derechos humanos fundamentales y de cualquier manifestación de espontaneidad, libertad y placer, campan por sus respetos.
Y lo hace mostrándolo en toda su ferocidad, sin subrayados, ni aspavientos. Con una narrativa atípica, nada convencional, posicionándose sin maniqueísmos junto a l@s oprimid@s. Mimando a sus personajes, especialmente a unas mujeres tan valientes como luchadoras, dignas y consecuentes. La fotografía de Sofian El Fani y la música de Amin Bouhafa contribuyen, junto a la puesta en escena tan poética y desasosegante citada, a convertir en absorbentes sus 100 minutos de metraje. El reparto, excelente, muy a la altura.
Basada en hechos reales, ambientada en 2012, lamentablemente de plena actualidad y vigencia, es un canto a la libertad en todas sus manifestaciones. Contra la tiranía y la ferocidad irracional del integrismo. Contra la barbarie arbitraria y déspota de quienes imponen al Dios y a los días de la ira.