Como el andaluz es, junto al extremeño, el único español que pace gratis en el coto del cacique, contempla el horizonte con mirada de vaca. El horizonte del andaluz es el pasto, el subsidio, por eso tiene esa mirada hacia dentro, que no revela introspección, sino conformidad. Aclaro esto para que los lectores foráneos entiendan el resultado de la encuesta de la Universidad de Granada sobre intención de voto en las autonómicas que otorga un crecimiento al PSOE, a pesar de que este partido, el único que ha gobernado el territorio durante la democracia, ha situado a la región en el último puesto en el escalafón del desarrollo y en el primero en la tabla del desempleo. Para equilibrar, se supone.
A excepción de la generación de la posguerra, que al relacionar a la derecha con el año del hambre sustenta el voto en una justificación histórica, el apoyo mayoritario del censo al socialismo es el apoyo de una gran parte de la población al cacique, aunque adorne su decisión de ideología. En el fondo, al andaluz le da igual quien le mande, siempre que coma a sus horas. Quiero decir que si un siglo de estos el PP consigue el poder sólo lo mantendrá si aplica el modelo decimonónico que el PSOE heredó del latifundismo.
El andaluz no ignora que debajo de los adoquines está en la playa ni tampoco que a los riojanos les va mejor, pero, aunque le dé estudios al niño, él prefiere quedarse como está, atado a la renta básica, vinculado al único partido que conoce bien, a un partido que es ya de la familia. No siempre ha sido así, como acredita el censo de Badalona, pero emigrar es hoy disparar al aire sin garantías de cazar una nómina. Así que el andaluz prefiere quedarse en casa, donde gasta sus fuerzas en tareas de bricolaje, en lugar de abrir una fábrica de muebles. De eso se aprovecha el cacique, que le regala la libra de clavos y el formón a cambio de que le deje echar la siesta.
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