Los miembros del TC, además, son personas sapientes, profundas conocedoras del Derecho y con unas biografías que avalan, en la mayoría de los casos, un gran prestigio. Si fueran unos juececillos con las oposiciones recién aprobadas se entiende que necesitaran, no tres años, sino treinta para poder establecer un criterio, pero dado que no es así sólo cabe colegir que los muy ilustres miembros del Tribunal Constitucional son unos vagos redomados, unos indolentes temibles, unos apáticos de libro y unos desganados, cuyo mal ejemplo debería ocultarse a los niños de corta edad. Cuando llegaron eran unos profesionales excelentes, pero al tomar posesión se ve que les entró, de manera colectiva, una ociosidad terrible que llega al asombro de tener una causa durante tres años sin resolver.
Me imagino que sus amigos, esposas y maridos, familiares en general, estarán preocupados por este cambio y habrán acudido a psicólogos y psiquiatras para intentar paliar esta derrota personal, y me imagino lo que estarán sufriendo. Porque cabría otra explicación, que incluso me da miedo establecer como hipótesis, y es que personas de trayectoria profesional irreprochable estuvieran sometidas como lacayos al poder ejecutivo, se hubieran transformado en serviles criados de los intereses políticos y hubieran echado por la borda una biografía tan encomiable como digna. Pero no me lo creo. Me parece mucho más piadosa la teoría de la vagancia.
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