Sevilla es música

Publicado: 22/11/2014
No hay que retroceder hasta 1248 para reconocer que Sevilla es música, cuando entonces los tambores del rey Fernando III clamaban ante la inminente reconquista de la ciudad.
No hay que retroceder hasta 1248 para reconocer que Sevilla es música, cuando entonces los tambores del rey Fernando III clamaban ante la inminente reconquista de la ciudad.
Ni siquiera recuperar los acordes eternos del gran Silvio o de un grupo llamado Triana que atravesaban a son de rock murallas y fronteras. De las sevillanas de tascas y las saetas rotas que perfilan al arte jondo de una tierra que ya en su nombre lleva implícito una nota de Sol en forma de Giraldillo.
Es la música tal y como la entiende Sevilla, pero quizás no así sus sevillanos…
El próximo sábado, Santa Cecilia, virgen y mártir, vuelve a aparecer en escena como cada noviembre para festejar en su nombre la fiesta de la música y de paso para remover algunos cimientos entre la música sacra. La de las bandas de música, cornetas y tambores y las populares ‘agrupas’. Y ahora, a golpe del martillo cual baqueta gastada, deberíamos pararnos y pensar por sólo un minuto y medio la realidad de nuestras bandas de la Semana Santa que dicen, o pensamos, es la más importante de la tierra.
Y pararse ahí, en el cara a cara de un tal que un día cualquiera, llueve, truene o caigan chipirones fritos, se encomienda a su auténtica pasión: ensayar, ensayar y ensayar con la única esperanza de que ese día el cielo reluzca para tocar detrás de su Cristo o su amantísima Virgen. Y ahora para que llueva… Y de vuelta a casa con el alma partida después de todo un año de penitencia.
Y las bandas, las que se forjan en su seno como una familia, como una forma de entender la existencia porque se llevan toda una vida en la rutina de cada noche. Esas mismas que señalamos con el dedo índice cuando se pelean a gritos de teclados entre foros y redes sociales, las que juzgamos desde el polo más opuesto cuando algún lúcido informa que alguna de éstas ha sonado detrás de una hermandad a cambio de tres bocadillos de mortadela y cuatro latas de kas de naranja.
Pero claro, nadie está allí cuando se tienen que subir a un autobús con destino a Valladolid en busca de los duros que les mantenga. O cuando tienen que alejarse de Sevilla en su noche más hermosa, la Madrugá, porque en Casariche pagan lo que no hay en los escritos y valoran su verdadero esfuerzo y hasta algunos también su calidad musical. Y de las que no tienen ni local, por respeto, mejor ni lo comentamos…
Será porque las tenemos en cada esquina. No hay barrio en el que no resuenen tambores cuando volvemos a casa y miramos el reloj sorprendidos y, sí, las once de la noche marcan las manijas. Pero allí siguen, afinando y perfeccionando cual estudiante que muerde los libros en las vísperas de toda una selectividad. Porque viven por y para ello, para hacer sonar su alma y añadirle la mejor banda sonora a nuestra cinéfila Semana Santa.
Sería muy fácil hablar de Cigarreras, de Tres Caídas, de Redención, de Tejera o de la Oliva. De todas aquellas banderas que han conquistado a todo un país al son de un tambor. Pero hoy mi recuerdo y estima va por ellos, por el cara a cara, por su soledad. Por todos los músicos, con nombres y apellidos, que a estas intempestivas horas hacen sonar sus instrumentos en la intemperie de la noche sevillana mirando al cielo porque si llueve, con el alma rota, habrá que volver a casa.
Sevilla es música, pero somos tan sevillanos que a veces, no vaya a ser que nos la quiten digo yo, no dejamos ni que suene.

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