Sencillamente, buena parte de nuestros políticos no han estado a la altura. Mintieron, robaron, se fundieron la pensión de nuestras madres y echaron a nuestros hijos de sus casas. Iban de cacería en plan rey en Zimbabue, sabedores y ufanos al sentirse muy por encima de la ley y hasta de los diez mandamientos. Así, mientras nosotros pagábamos hipotecas al 14%: no hace tanto: ellos se iban de finde a Túnez, a Venecia, cuando no volaban a Turquía o se tomaban unas pintas en Irlanda a costa de una Caja que no era Caja Madrid precisamente, amén de regalarse créditos al 0,5 TAE. Que pagasen o no era lo de menos.
Vendieron sus almas a Pedro Botero y ahora, justo cuando les falta el aire, se niegan a reconocer que la han cagado. Y piden perdón. Y lloran sus vergüenzas por las esquinas. Pero ya es tarde: el pueblo va al degüello y Podemos Iglesias asedia Moncloa silbando la Marsellesa, seguro de que la buena gente quiere algo tan simple como que las instituciones ―incluidos los Juzgados― se vacíen de jetas que aprovechan la noche para recalificar solares, o comprar bragas negras y gayumbos de seda a los queridos por horas.
Puede que la juventud que empuja la puerta de esta democracia endeblita y pusilánime acabe equivocándose. Pero si se equivocan, perdonados quedan, pues lo único que exigen es el cumplimiento revolucionario de la Constitución del 78. Como Anguita, como tantos otros que avisaron antes.
Nosotros hace mucho que somos reos de nuestra insolvencia para vertebrar una sociedad mínimamente justa. Hemos tolerado tanto y a tantos, que lo único que nos falta es colocar lápidas —inmensas— en las plazas de los pueblos al modo de aquellas cruces fascistas donde Franco pregonaba los muertos nacionales, solo que ahora serían los nombres y apellidos de unos vivos muy vivos que se hicieron ricos a costa de las pensiones de las abuelas y de las miserias de los parados. Junto a cada nombre habrá que poner el importe de lo robado o dilapidado o consumido en un reservado de puticlub.
Hemos asesinado la democracia a tarjetazo limpio. No queda nadie que fíe ni confíe. En vez de “Caídos por Dios y por España”, en las nuevas lápidas habría que escribir: “En la cárcel yace: don fulano fue: tantos millones trincó”. El gurú Iglesias arenga en la Sexta: Quemadlos a todos y que Dios elija a los suyos. Ay.
Salto y memoria. Hablemos del Albercón. Al pueblo hay que recordarle que en Ronda no fuimos distintos ni ajenos a los trajines que emponzoñaban España entera. Así como por 2006, un tinglado inversor que operaba como Promociones Residencial El Brezo ―y alguno más cercano― compró terrenos rústicos en la zona del Albercón por casi 30 millones de euros. Sí, amigo, leyó usted bien: cinco mil millones de pesetas por una finquita de labor que en el catastro no llega a los 30.000 euros. ¿Eran los de El Brezo unos bobos, pues? ¿Cambiaban céntimos por euros? ¿Gustaban de perder dinero? ¿O fue que alguien de los que entonces controlaban el avance del PGOU les prometió permiso para levantar 2.700 casas de las 2.800 que se preveían? ¡Vete a saber! Lo seguro es que el que vendió se hizo de oro, el que compró tiene que estar ―supongo― echando sulfuro y algún que otro politiquillo tal vez ande con los huevos de corbata por haber jurado lo que finalmente no cumplió. ¿Corrió el dinero? ¿Tendrá que ver el fiasco de este pelotazo interruptus con la muerte del PGOU de Fustegueras?
El monstruo del Albercón ha seguido el modelo del capitalismo urbanicida español desde Valencia a León, de Madrid a Cartagena pasando por Ronda. Tú me das, yo te apaño, y entre los dos nos hacemos unas pajillas en Gibraltar, que diría Torrente.
¿Y todavía se extrañan PSOE y PP del músculo que tienen los movimientos radicales que amenazan con derribar esta democracia donde golfos, putas y delincuentes acabaron con la paciencia de la buena gente? Vivimos un fin de ciclo y ahora toca devolver lo robado, agachar la testuz y entrar en la trena.
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