La educación se está convirtiendo en una especie en extinción. Los espacios se aglutinan con seres autómatas de rostros grisáceos que no despegan la vista de los “opiáceos” virtuales. Se entra y se sale de los lugares, destacándose la ausencia incluso de los mínimos conductuales de socialización. Restarle importancia desde los agentes de socialización (unidades familiares, centros educativos, medios de comunicación…) o no invertir tiempo, recursos, y esfuerzos en este proceso permanente es propiciar que las presentes y nuevas generaciones vayan adquiriendo una dificultad interrelacional de importante calado. El “titulismo académico” es completamente estéril si no va acompañado de unas habilidades, destrezas y capacidades sociales, afectivas y culturales que permitan a las personas crecer e integrarse en sus contextos de manera adecuada, adaptada y armoniosa. No se podría en absoluto relacionar directamente la conducta antisocial con la formación académica. A pesar de la accesibilidad al sistema educativo como sistema público de protección y bienestar, las conductas disruptivas e inapropiadas, sigan manifestándose y retroalimentándose en todas los sectores poblaciones, de heterogéneas características. Habría que hacer especial hincapié desde las edades más tempranas, en la infancia, adolescencia y juventud, garantizando y velando por el compromiso y la motivación de todos los subsistemas intervinientes en la vinculación de los seres humanos a sus propios entornos. La mala educación, es una conducta tóxica, que enturbia la comunicación, que irradia egocentrismo y conflictividad, por todos sus poros. Su antídoto, es la formación continua y trascendente en la adquisición de unos principios éticos y morales de carácter personal, colectivo y comunitario. Hay que involucrarse activamente en el aprendizaje, no sólo de conocimientos intelectuales, sino de actitudes que nos hagan ser mejores personas. Debe ser uno de los medios protagonistas que vayamos adquiriendo para crecer en la integralidad, para construir y mantener relaciones basadas en el respeto y en el reconocimiento de los demás. La ardua y poco reconocida labor de quienes se dedican a la docencia en sus diferentes niveles y grados, se enfrenta a desafíos que se muestran a veces inabarcables…como expuso el profesor Lewis, autor de la reconocida recopilación de obras de Las Crónicas de Narnia: “la tarea no es cortar selvas, sino regar desiertos”. Y en esas carencias socioeducativas, es donde es preciso volcarse, no sólo previniéndolas, sino aportando respuestas eficaces y actuales. Retos que no entienden de cifras, de justificaciones irracionales, de miradas exclusivamente al ombligo propio… Deberíamos ser conscientes de la responsabilidad que tenemos en edificar un contexto inclusivo y enriquecedor, siendo ejemplos de un humanismo activo, que vaya desde la “palabra” hasta cada uno de nuestros pequeños o significativos gestos.
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