Huérfanos

Publicado: 21/10/2014
Ignoro a qué confines de feroz irracionalidad nos quieren empujar estos tiempos de ciega devoción al becerro de oro, donde términos tan desabrigados de humanidad como productividad y eficacia, hacen languidecer a la misma raíz y cuna de todo hombre y mujer en su misma esencia como persona, la maternidad.


Esta desmesura de la sinrazón a la que aludo ha tomado cuerpo recientemente en las palabras y los actos de Ángel Donesteve, concejal del Ayuntamiento de Madrid por el Partido Popular. Destituyó a una funcionaria de su cargo como Secretaria de un distrito madrileño porque cometió el grave atrevimiento de ser madre, manifestando el concejal que "ella prefiere conciliar su vida personal y familiar, pero yo necesito el máximo rendimiento y el máximo número de horas de trabajo que se puedan prestar". Pero como quiera que la tontería en su estado puro no entiende de género, la presidenta del Círculo de Empresarios, Mónica Oriol, se hizo célebre poco antes por declarar que prefiere contratar a "una mujer de más de 45 o de menos de 25 años", evitando de esta forma "el problema" del embarazo.
Así pues, y a pesar de que rezan los escritos que estamos creados a imagen del Altísimo, en tanto carezcamos de la aseidad, atributo de Dios por el cual existe por sí mismo o por necesidad de su propia naturaleza, deben pensar estas mentes preclaras de la estulticia solemne que las personas brotamos de la tierra como aquellos personajes que nacían de los bancales en la película “Amanece que no es poco”, de José Luis Cuerda; dicho sea de paso, obra maestra del género del absurdo. Absurdo que por desgracia no trae consigo en la vida real los mismos efectos hilarantes que los de la película del director manchego. Más bien estupor e indignación ante la barbarie que significa anteponer gélidos criterios mercantilistas al fundamento de la persona humana. Este modelo económico que se propugna y venera como quintaesencia del progreso y la vanguardia, es inhumano, pues pone a la persona al servicio de la Economía y no la Economía al servicio de la persona, como debiera ser. Todo queda residenciado y circunscrito a la contabilidad, a la cuenta de resultados, al balance, al reparto de dividendos, en definitiva; a los fríos números que es lo que hoy en día nos hemos convertido para mayores ganancias extrañas y ajenas. Ni el mismísimo candor materno resiste ya a los embates de la barbarie.

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