Aborto

De entre los supuestos permitidos por la actual ley del aborto, conozco un caso que está perfectamente tipificado y sin embargo, la futura mamá tiene un problema moral con su criatura y se debate entre librarla, librarse y librar (a sus hijos) de una existencia limitada...

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De entre los supuestos permitidos por la actual ley del aborto, conozco un caso que está perfectamente tipificado y sin embargo, la futura mamá tiene un problema moral con su criatura y se debate entre librarla, librarse y librar (a sus hijos) de una existencia limitada, condenada o vete a saber bajo qué circunstancias. A diferencia de otros casos, esta madre no quiere abortar y de hecho les aseguro que está deseando que el resultado de la amniocentesis le diga que su futuro hijo está en perfectas condiciones. Y aunque le duela, más que le pueda doler a ningún hipócrita de los que ven la paja en el ojo ajeno antes que la viga en el suyo, ella tiene decidido que si la prueba no sale bien, tendrá que tomar la decisión más terrible y cruel de su vida, pues tampoco está dispuesta a que sus hijos tengan que cargar con esa personita cuando ella no esté. Quizás muchos de ustedes piensen que en este caso sí debe estar permitido el aborto, no ya porque lo dice la ley, si no porque se identifican con el problema y con sus consecuencias. Pero tendríamos que ir más allá. En este supuesto, la afectada sería la madre, dado que la criatura si viniese con un problema, sería ajena –dentro de lo que cabe– a su minusvalía. Pero qué ocurre en el caso de un descuido, y me voy a ir al supuesto más sangrante, de una niña de 16 años; pues resultará que su falta de preparación, su rechazo, su inmadurez harán que convierta la infancia de su criatura en un infierno y en este caso la afectada será la criatura, no su madre. Entonces, llegados a este punto, ¿a quién defiende la ley del aborto?.

Tengo que confesarle que soy católico, pero no fanático, y por ello, discrepo de la satanización que está haciendo la Iglesia de esta nueva ley. Es por ello, que al igual que me fastidia y veo incomprensible que un político quiera inculcarles a mis hijos unos hábitos de conducta, también veo que no es justo que los que no quiera practicar la religión se vean obligados a ello. Estamos en una democracia cuya máxima es que tu libertad acaba donde comienza la del prójimo, y que yo sepa que el prójimo mate a sus vástagos no es competencia mía y no tengo por qué obligarles a seguir mi doctrina, al igual que ellos no tienen por qué obligarme a seguir la suya.

La pasada semana un conocido columnista ha escrito que en cierto programa de televisión “le pegó un corte” a un homosexual asegurándole que si cogía el sida, seguramente a sus pies no estaría ningún defensor del aborto, ni ningún gay… estaría una monjita, al igual que en muchos pueblos de África, donde el sida alcanza más del 80 por ciento de la población. Todo esto venía al caso, porque dicho señor –el homosexual– había criticado al Papa, por sus desacertadas manifestaciones acerca del uso de condón en esas lides. Para empezar, una cosa es que los misioneros sean católicos y otra, que dado que los católicos cuiden a los moribundos éstos tengan el deber moral de seguir sus enseñanzas. Aunque las monjitas se desvivan por ellos, los que se mueren no son los esclavos, si no sus ciervos.

Ya lo dije hace pocas semanas, va siendo hora de que la Iglesia aprenda de que con el catecismo debajo del brazo tiene poco que hacer. Y que sin abandonar sus directrices se puede evangelizar y seguir los designios de Dios pero con más cabeza que corazón. Que estamos en el siglo XXI y Benedicto no es el primero, sino el XVI, a ver si espabilamos.

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