En 1888, Alfred Jarry (1873-1907) se traslada con su familia a Rennes y entra en el Liceo de dicha localidad, donde ya existía (y enseñaba) el antecedente de Ubú. El modelo real era monsieur Hébert, un grotesco profesor de Física al que sus discípulos habían convertido en figura central de anécdotas estrafalarias e hilarantes. Hébert era conocido como Père Heb, PH, Eb, Ebé, Ebon, Ebance o Ebouille. La primera aventura de Ebé (al que también se asociaba la maldad de una especie de Hombre del Saco) había sido escrita, hacia 1885, por el alumno Charles Morin con el título de Les polonais (Los polacos). Jarry se hizo dueño de la criatura y, con el tiempo, transformó a Ebé en Ubú. Se sabe que en 1888 la obra teatral Ubu roi (Ubú rey) ya había sido puesta en escena por Les marionettes du Théatre des Phynances en casa de los hermanos Morin o en la de Jarry, y así sucesivamente en distintos domicilios de los amigos del escritor hasta 1893. La serie se irá completando con nuevas piezas: Ubu cocu, Ubu enchaîné, Les Almanaches d’Ubu y Ubu sur la butte [Ubú cornudo, Ubú encadenado, Los Almanaques de Ubú y Ubú en la colina]
Ubu roi se exhibe por fin ante el público general el 10 de diciembre de 1896 en el Théatre de l’Oeuvre y bajo la dirección de Lugné-Poe. El acontecimiento es memorable y en la prensa se califica de “tumultuoso”. El poeta irlandés, Premio Nobel de Literatura en 1923, William Butler Yeats —que estuvo entre los asistentes al estreno y se manifestó a favor de la obra— se pregunta en su autobiografía qué queda por decir después de aquel estruendo: “Después de nosotros, el dios salvaje”. Mallarmé también se encuentra entre los partidarios de Jarry. Por supuesto que, a partir de aquella fecha, el teatro no podía seguir siendo lo que había sido hasta entonces; y, en efecto, así ocurrió.
El antipersonaje Ubú es, sobre todo, la encarnación del poder en todas sus posibilidades de corrupción, estupidez, abyección, arbitrariedad y crimen. Ubú es el dictador que se oculta en la inmensa mayoría (no todos, claro) de los gobernantes, incluidos los que se presentan como más democráticos, si es que alguna vez el término ‘democracia’ ha significado algo más que las reglas de juego (puramente aparienciales) para todo tipo de dictaduras encubiertas.
Lo verdaderamente trascendente de Ubú rey es la construcción de un ente bufonesco pero sumamente peligroso que accede al poder en una sociedad. No doy ejemplos concretos porque me consta que están en la mente de todos. Para Henry Béhar, Ubú “no tiene nada que pueda atraer la simpatía; es un verdadero fantoche, un fardo de pasiones siniestras y si su conducta alcanza cierta belleza es en el exceso del horror”. Pero el objetivo de este drama (y de todos los restantes de la saga Ubú) no se reduce a la denuncia de la naturaleza perversa del poder. El ataque de Jarry se dirige también contra el colaboracionismo de la gran masa de ciudadanos de a pie, tan mitificada y alabada por toda clase de demagogos. En uno de sus artículos teóricos (Questions de théatre, 1897) Jarry señala la necesidad de embestir contra esa masa integrada por millones de cómplices anónimos y silenciosos, “para que sepamos por sus gruñidos de oso dónde está y qué piensa”. No es por corregir a Jarry, pero estimo que hubiera sido oportuno matizar: con las debidas distinciones y las excepciones que, por fortuna, nunca faltan.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es