Un millón de peregrinos volverán de nuevo a las marismas de Doñana días antes de Pentecostés para reencontrarse con su Virgen del Rocío, una peregrinación de gran atractivo turístico pero, sobre todo, de gran fervor y pasión por parte de los rocieros, una romería que recorre senderos milenarios, caminos con paisajes inigualables en un entorno sin parangón como es el parque natural y nacional de Doñana, y momentos que sólo pueden apreciarse en esta época del año.
Si quiere sentir el verdadero Rocío, éste es el momento para hacerlo. Y el Rocío va más allá de la ermita que acoge a la Blanca Paloma en un paraje único, un entorno, el de las marismas de Doñana, que ya de por sí es digno de visitar y de hecho, miles de fieles, y también turistas, se acercan durante todo el año al santuario para estar más cerca de la Virgen, una pequeña aldea, de casas pequeñas y blancas que rodean la ermita, en la que se respira devoción día a día.
La romería del Rocío es un todo, desde que se prepara la hermandad para emprender el camino hasta que parte de vuelta desde la aldea tras la procesión de la Blanca Paloma. Más de un centenar de hermandades, con peregrinos que llegan de todas las partes de España, incluso del extranjero, enfilan los cuatro caminos existentes días antes de Pentecostés. Lo hacen al ritmo del tamborilero, flauta y tambor marcando la senda, la del simpecado, las carretas, los caballos y los peregrinos a pie, esos que hacen el camino con cante y fiesta que se interrumpe para rezar y entonar salves, para comer y descansar bajo los cielos del parque de Doñana, y para continuar el camino hasta llegar a la anhelada aldea y ver, de nuevo, la cara de la Blanca Paloma y de su hijo.
Vivir el camino
Hacer el camino es vivir la espera antes de ver a la Señora y deja en la retina escenas irrepetibles. El paso por Bajo de Guía, por el camino de Sanlúcar, cuando las hermandades cruzan el Guadalquivir en las barcazas, es uno de los momentos más hermosos para disfrutar, cuando los peregrinos se adentran hacia esas marismas dejando atrás el estuario del río grande de Andalucía.
El fervor y también la tradición se unen en los caminos de Moguer, por el que los peregrinos de Huelva llegan al Rocío, y de los Llanos, desde Almonte, el camino más antiguo de la romería.
Pero si hay escenas para recordar, especialmente para los peregrinos, éstas se producen en el camino sevillano, con lugares como Gelo, Marlo, el Quema, Villamanrique de la Condesa, la Raya Real, Palacio o el Ajolí, casi a las puertas a la aldea. Nunca hay que perderse los bautizos en el Quema, el paso de las carretas de los simpecados enterrándose en la Raya Real, la parada en Palacio entre salves, rezos, cantes, guitarras y palmas.
Las hermandades van llegando en orden, cruzando parajes naturales, poco a poco, hasta saludar a la Blanca Paloma en su ermita e instalarse en la aldea, donde se esperará entre fiestas y rezos a la madrugada del lunes de Pentecostés, cuando se produzca la salida de la Virgen del Rocío. Tras acabar el rezo del Santo Rosario, que comienza a medianoche, todos los simpecados pasan por delante de la ermita hasta que llega el de la hermandad matriz de Almonte, que entra en la ermita y debe llegar al presbiterio donde está la reina de las marismas.
Es en este momento cuando se produce el tradicional salto de la reja y los almonteños sacan a la Virgen del Rocío a hombros para recorrer la aldea junto a una marea de rocieros que parecen llevarla en volandas, recorriendo las calles y recibiendo las salves de los sacerdotes de cada una de las hermandades. Nada cansa, ni las primeras luces del alba que dejan imágenes de gran belleza, hacen desistir a los rocieros, que devolverán a la Blanca Paloma a su ermita bien entrado el día.
Un poco de historia
Las primeras referencias al culto a la Virgen del Rocío datan de la primera mitad del siglo XIV, cuando ya en el Libro de la montería de Alfonso XI se alude a la ermita de Santa María de las Rocinas, aunque no será hasta 1587 cuando Baltasar Tercero Ruiz funde la ermita, enclavada en plena marismas de Doñana.
La fundación de la hermandad matriz de Almonte se fecha en 1648 y en 1653 se proclama a la Virgen patrona de la villa de Almonte. Es a partir de entonces cuando comienza a difundirse el nombre de Virgen del Rocío y cuando se fundan las primeras hermandades filiales, entre ellas la de Villamanrique de la Condesa, un pueblo por el que pasan un gran número de peregrinos y que recibe a todas las hermandades que pasan por el camino sevillano.
Por número de peregrinos destacan por su importancia las hermandades de Almonte y de Huelva, ambas superando los diez mil, seguidas de las de Sanlúcar de Barrameda, la de Emigrantes de Huelva (fundada inicialmente en Alemania por emigrantes onubenses), la de Villamanrique de la Condesa y Moguer, aunque no hay que olvidar otras muy señeras y conocidas como las de Triana, Sevilla, la de Córdoba (la primera en salir), la de Bruselas y la de La Palma del Condado, que recoge a peregrinos incluso de Toledo.
Doñana, un entorno para visitar durante todo el año
El Rocío puede ser una oportunidad única para conocer uno de los parajes más emblemáticos y de mayor diversidad natural de toda Europa, Doñana, un espacio protegido que es más que recomendable visitar a lo largo de todo el año.
Uno de los momentos más fascinantes que ofrece Doñana son sus atardeceres desde el precioso paseo de la marisma del Rocío, junto a la ermita. Todos los días al caer el sol, el cielo del Rocío se fusiona con las calmadas aguas de las marismas y es cuando las aves, como si de un coro disciplinado se tratara, se ponen de acuerdo para cantar al unísono creando una estampa difícil de olvidar y que se repite día a día.
El sol empieza avisando, cambiando sus tonalidades; poco a poco empieza su bajada y comienza el espectáculo, cuando a escena saltan los tonos naranjas. El cielo hará de escenario y como si de un incendio que se sumerge en la marisma, nuevos colores, poco a poco, empezarán a aparecer. Pequeños actores disfrazados de aves entrarán en acción jugando a hacer pequeños contraluces en las aguas de la marisma.
Miles de reflejos tan sólo salpicados por el viene y va de decenas de patos que por allí nadan inundarán las retinas de momentos espectaculares que darán paso, cuando el sol comience a retirarse y se dejen atrás los trazos casi rojos, hasta los malvas. Es la hora mágica de Doñana, cuando la marisma del Rocío se vuelve espectacular, un atardecer inolvidable que puede acompañar con un buen paseo o un buen café en compañía.
Doñana también guarda, al margen de su riqueza natural, algunos tesoros en su interior, como el Palacio del Acebrón. Uno de los senderos más bonitos y variados donde disfrutar de la naturaleza en compañía de la familia o amigos es el que recorre, a lo largo de una ruta circular de dos kilómetros, la zona protegida del arroyo de la Rocina, también conocido como “El charco del Acebrón”.
Llegados a Acebrón, sorprende el majestuoso Palacio del Acebrón, que fue construido en 1961 por Luis Espinosa Fontdevilla como residencia privada y que hoy es uno de los centros de visitantes del Parque Nacional de Doñana.
Siguiendo la ruta marcada por una serie de carteles, nos adentramos por una serie de caminos de madera envueltos en vegetación para desembocar en una laguna popularmente conocida como “El charco”. Tras ésta, bordearemos una serie de caminos rodeados de enormes y enmarañadas lianas y enredaderas, que darán paso a los bosques de alcornoques.
Los senderos, en los que abundan pinos, sauces y helechos, se convierten, en ese magnífico atardecer de Doñana, en estampas para no olvidar, que invitan a descansar un rato y disfrutar de un entorno inigualable.