Existe en Jerez un lugar lleno de encanto y sencillez, un espacio en el que parece que el tiempo se ha parado, en el que los sonidos se hacen silencios y la clausura sensibilidad y amor. Este lugar en el que habitan unas monjitas desde hace siglos, tan cerrado, tan oculto, tan singular y artístico, por cuantas maravillas contiene, se abrió hace unos días para recibir a la Virgen de la Encarnación, la vecina del barrio que venía a compartir un mismo fin, un mismo encargo, una misma entrega.
En el intramuros del convento de la calle Barja hay muchas maravillas y no sólo de obras de arte para la vista o para el paladar, hay mucho arte en esencia, en cuanto desprende un mundo fuera del mundo, un mundo para muchas cosas mundanas difícil de entender si no se posee ese don especial de las monjitas clarisas que allí residen.
La historia de la fundación de esta casa de franciscanas descalzas se remontan a las últimas décadas del siglo XVI, y está en parte apoyada en la tradición. Según ésta en las casas de Catalina de la Cerda que ocupaban el perímetro actual del convento se hospedó San Pascual Bailón, quien recomendaría a su propietaria las donase para la fundación de clarisas. Doña Catalina así lo mandó en su testamento de 1603, lo que se ejecutó en 1635, siendo ocupado por monjas clarisas del convento de Santa María de Jesús de Sevilla. De todo el conjunto destaca la sencillez, una sencillez que viene a potenciar el remanso de paz que se percibe desde su simple fachada, una vez dentro, lo primero que encontramos es un dulce compás, dulce por la belleza de sus formas y dulce por su torno de donde parte todo tipo de delicias para el paladar, un compás que es un recoleto y evocador patio con arcos y columnas y al fondo la iglesia comenzada a construir en 1628, con su portada de 1797 y su conjunto de interesantes pinturas y retablos barrocos, presidiendo el retablo mayor del siglo XVIII, procedente de la antigua iglesia jesuita de Santa Ana y reubicado en este lugar por Andrés Benítez.
Este convento tuvo enseguida una espléndida floración de vocaciones, de todas las clases sociales. Como dato significativo indicar que en 1752 el monasterio contaba con setenta monjas y que las primeras cuatro monjas que llegaron desde Sevilla fueron hospedadas en el cercano monasterio de Madre de Dios y llevadas al nuevo convento de la calle Barja en una típica carroza tirada por cuatro briosos corceles cartujanos en el marco de una gran fiesta vivida por todo Jerez. Era una época en que la Iglesia y en especial la vida monástica había gozado de unos tiempos de gran auge, hoy la comunidad se nutre de religiosas muy mayores junto con otras mas jóvenes venidas desde el extranjero, las mismas que la semana pasada abrieron sus puertas para mostrar a Jerez que allí siguen después de más de cuatro siglos en una vida contemplativa que no pasa actualmente por sus mejores momentos. Allí estaban aquellas sucesoras de Santa Clara, las continuadoras de sor Lorenza María de San Agustín, la primera abadesa; sor María de San Gregorio; sor Mayor de la Trinidad; y sor Ángela de San Andrés, las cuatro clarisas fundadores de este convento de San José de la calle Barja, ese tesoro oculto del Jerez intramuros de la clausura, ese museo de arte, ese parador con encanto de las oraciones y la espiritualidad. Las monjitas de la calle Barja forman parte del patrimonio histórico y espiritual de los jerezanos, no permitamos que, tal como ha ocurrido con el del Espíritu Santo, se nos pierda para siempre, no permitamos nunca que nos arranquen lo que por tradición y por el peso de los siglos se nos ha legado para que seamos fieles guardianes de ello. Las monjitas de la calle Barja son un patrimonio digno de cuidar, lo demostraron la pasada semana abriendo sus puertas para decirnos a todo Jerez que allí siguen pidiendo por este otro mundo tan distinto pero a la vez tan necesitado de cuanto desde esos muros emana.
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