Que un hombre tan carismático como Barack Obama reconozca públicamente que sin la fuerza, la ayuda, la solidez de su mujer, una roca sin la cual no hubiera llegado donde está, es como para ponerle en un altar. Bien es cierto que ella se merece eso y más, pues ha demostrado que es posible compatibilizar la vida personal con la profesional, ser esposa, madre de familia y prestigiosa abogada.
De origen humilde –su padre padeció durante largos años una enfermedad degenerativa que finalmente le costó la vida– Michelle pudo estudiar en las dos universidades más prestigiosas de los Estados Unidos de Norteamérica –Princeton y Harvard–, gracias a las becas que le concedieron y a una gran fuerza de voluntad. Fue la primera en romper el techo de cristal que impedía a los negros estudiar una carrera en el santuario de los blancos más pudientes.
No sólo eso, cuando Barack la conoció, ella era la jefa y él un simple aspirante a político, muy volcado eso sí, con los más desfavorecidos, ambicioso, diferente, soñador... Fue ella la que durante años tuvo que trabajar duro para sacar a la familia adelante, hasta que él empezó a escribir y a ganar dinero.
Una vida que nada tiene en común con la de Jacqueline Kennedy pues mientras Michelle Obama ha tenido que sortear barreras que parecían infranqueables, Jackie vivió rodeada de lujo desde su más tierna infancia y hasta el momento de su muerte, lo que en modo alguno la inhabilita pues demostró tener una sensibilidad especial –al menos mientras vivió en la Casa Blanca–, para compatibilizar el mundo de su marido con el suyo propio.
Son tantas las esperanzas que ha concitado el nuevo presidente estadounidense, Barack Obama, en todo el mundo que espero fervientemente que su pilar, Michelle , sea una gran garantía para el éxito que todos necesitamos.
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