Diálogo de sordos

Publicado: 11/04/2014
Me preocupa la cuestión catalana. No tanto como para no dejarme dormir (de eso ya se ocupa mi próstata), pero me preocupa. Como no se bajen del burro ni Mas y compañía, por un lado, y el gobierno de Rajoy, con don Mariano al frente, por otro, difícil solución le veo yo al problema...
Me preocupa la cuestión catalana. No tanto como para no dejarme dormir (de eso ya se ocupa mi próstata), pero me preocupa. Como no se bajen del burro ni Mas y compañía, por un lado, y el gobierno de Rajoy, con don Mariano al frente, por otro, difícil solución le veo yo al problema.
Hasta ahora uno siempre ha confiado en que en temas tan espinosos como éste –la aspiración secesionista de los catalanes– al final suelen imponerse la cordura y el pragmatismo. Tal fue lo que ocurrió, por ejemplo, cuando años atrás, allá por 2004 y 2005, Ibarretxe (el lendakari con pinta de monje vestido de traje y corbata) puso sobre la mesa aquel plan soberanista que hoy –toquemos madera– parece prácticamente olvidado.
Entonces se aplicó la legalidad y funcionaron los procedimientos. Pero, lo más importante, cuando su propósito de modificar la relación de Euskadi con España se vio truncado, el PNV estuvo a la altura de las circunstancias y no tensó la cuerda más de lo debido, probablemente porque valoró la situación y llegó a la conclusión de que no le convenía.
Sin embargo, ahora no estoy yo tan seguro de que la cordura y el pragmatismo se impongan porque las circunstancias son distintas y, sobre todo, porque no veo predisposición por ninguna de las partes. Especialmente la parte a la que representan el presidente de la Generalitat y las formaciones políticas que abogan por la independencia de Cataluña sin aceptar –aparentemente al menos– soluciones intermedias. Aunque también es verdad que el Ejecutivo de Rajoy, hasta la fecha, tampoco le ha echado mucha imaginación a la cosa para salir del apuro.
No sé si el referéndum que Mas y sus socios de  gobierno pretenden convocar terminará celebrándose. Lo que sí sé es que como se empeñen en convocarlo y lo convoquen, y el día señalado preparen las urnas y abran los colegios, no habrá modo de impedirlo. No habrá modo de impedirlo, digo, sin el uso de la coacción y la fuerza por la autoridad del estado. Y, si ese día llega, espero y deseo que a nadie se le ocurra evitar la celebración de la consulta recurriendo a esos medios, esto es, los violentos, por muy legítimos y legales que dichos medios sean.
Desde que al presidente de la Generalitat se le metió en la cabeza la idea de llevar hacia delante el proceso de secesión y la constitución de Cataluña como estado independiente, hemos asistido a un diálogo de sordos y, así, al distanciamiento de las dos principales posturas en conflicto. Pero no se ha de olvidar que los sordos, si lo quieren, tienen el universal lenguaje de los signos para entenderse.
Al problema catalán –como a muchos otros problemas de similar índole– quizá no pueda dársele una solución definitiva con vocación de perpetuidad, porque nadie conoce qué será de Cataluña, España, Europa y el mundo dentro de 20, 30 ó 50 años. Por no saber, no sabemos qué será de todos nosotros mañana mismo. Aunque sí es posible, creo, hallar una solución más o menos duradera.

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