Articulo para guiris

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En otros tiempos los chiringuitos de playa formaban una ringlera de ambiente vacacional incomparable en estos últimos años. Posiblemente lo destartalado de las instalaciones y las excesivas corrosiones de lo poco que se colocaba de metálico y lo mucho de maderas rancias y apolilladas, era lo que hacía romántico un día de playa mientras tomabas un tinto con gaseosa y una ración de sardinas o boquerones frescos. Yo era muy pequeño cuando aquello, pero lo recuerdo perfectamente porque duró hasta casi mi adolescencia. Salías del agua y te ibas directamente al chiringo. Sin las sandalias ni las chanclas de goma. Con el bañador mojado, y sin la camiseta puesta, con los pelos empapados. Y con el cuerpo goteando aún, te acodabas a la barra y pedías tu plato de lo que fuera –generalmente pescaíto frito– y, mientras le dabas un sorbo al tinto o a la cerveza –de botellín–, ibas saludando a los habituales, a aquellos con los que coincidías todos los veranos. Las sillas y las mesas de madera exhumaban los restos de las espinas y los vasos vacíos. El vocinglero círculo de refrigerios se iba convirtiendo de ese modo en un ambiente porteño que contaminaba aquella atmósfera con el ineludible olor a sardinas recién pasadas por la plancha y a bodeguilla por aquello de que la barra chorreaba de vino y cerveza fría. Hombres, mujeres y niños hacíamos del chiringuito nuestra sombrilla; y de nuestros recuerdos el paso a otros tiempos menos placenteros. 

A partir de entonces se fueron esfumando los tinglados playeros porque la peña demandaba una especie de bar o restaurante más acorde con el pijerío que requerían los tiempos: una mesa a la que sentarte con el pareo que regala el periódico cada verano y una silla donde escurrir el bañador Lacoste a juego con la toalla de listas amarillas y blancas adquirido en la boutique de la Persieé, por ejemplo.

Ahora, varios años después, aquellos tinglados de madera añeja se fueron convirtiendo en tablones barnizados con sombrillas y mesas sólidas donde reposar o abanicar el cuerpo –enfundado en una camiseta sudorosa– pagando un ojo de la cara por tres sardinas y un tinto con refresco de limón enfriado con hielo. Mejor dicho, enfriado con un trozo de iceberg que te agua el piscolabis. Los camareros te hacen esperar una eternidad y ahora las filas humanas no son de gentes comiendo pescaíto sino esperando mesa, por lo que tienes que abreviar en tu tapeo si no quieres que la de en medio, la que lleva una hora esperando sentarse y ha pedido mesa para 14, te clave una mirada justiciera que te haga atragantar con una espina de besugo de la pinta, o lo que es lo mismo: Voraz de Tarifa.  Además ahora tampoco está toda la playa invadida de chiringuitos, sino que tienes que practicar el senderismo playero para llegar, enjugándote el sudor de la frente y de más allá, al bareto más próximo, es decir, a la otra punta del acantilado. Pero no se alarmen porque ahora, con la nueva ley de costas, el gobierno ha pedido que los chiringuitos –los pocos que quedan y que regentan propietarios que en su vida han visto una buena sardina asada– se instalen fuera de la arena. Supongo que esta gilipollez –otra más de las muchas de los que nos mandan– nos ahorrará las caminatas por la playa porque lo más probable es que al final los monten cerca de las paradas de autobuses, con lo que ya podemos ir en urbano o tranvía a buscar el tinto. Y digo cerca de las paradas de autobuses porque la Ley exige salir de la primera línea de playa y estar, al menos, a doscientos metros un chiringo de otro y sin pisar la arena. Más o menos esto viene a ser que Restaurante Eusebio terminará en Pelayo o cerca del Puerto del Bujeo. Esta medida, supongo, evitará contaminar las playas y los mares, pero aún me pregunto que para cuándo las depuradoras. La consejería de Turismo de la Junta –cabeza pensante– había pedido que los chiringuitos permanecieran en la misma playa por su singularidad turística permitiendo así cumplir con una tradición, pero los de arriba se lo han pasado, como hacen con todo, por el mismo forro. En fin, que ya no tenemos ni chiringuitos, aunque sean cutres. Me gustaría que un guiri leyera este artículo para que supiera cómo en España los gobernantes se pasan la Historia y las tradiciones por el mismísimo cárter.

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