La caja de Pandora

Cuando Pandora abrió la caja salieron de ella todos los males del planeta y a punto estuvo Epimeteo de cerrarla antes de que escapase rezagada la Esperanza...

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Cuando Pandora abrió la caja salieron de ella todos los males del planeta y a punto estuvo Epimeteo de cerrarla antes de que escapase rezagada la Esperanza. Si Pandora tuvo la culpa de todos nuestros pesares, Epimeteo pecó del exceso de prudencia que lleva a los hombres al camino a ninguna parte.

Yo nunca quise quedarme en casa esperando. Nunca quise que nadie tomara las decisiones por mí. Y luché desde la más tierna infancia por labrarme una vida de infortunios regados de paréntesis que guardar en el cajón de mis más preciados tesoros. Trozos de papel mojados por lágrimas que ya no recuerdo. Muñequitos de tela descoloridos que un día fueron alguien. Lápices con los que escribí no sé si fue un poema o quizá dieron color a un dibujo en blanco y negro.

No, no podía esperar que alguien me solucionase la vida cuando ni yo misma sabía a ciencia cierta si existía algún problema que arreglar. Y si lo había, quería formar parte de la solución. Porque descubres que nadie es nadie y lo que necesitas no existe si no llegas a desearlo con los ojos apretados y conteniendo la respiración.

Había que vivir, hay que vivir. Es la consigna. Mientras no ocurra lo contrario, nada debiera perturbarnos la idea de seguir sintiendo cómo fluye la sangre por nuestras venas y escuchar en nuestros poros el latido uniforme del bombeo de nuestro corazón.

Pandora solo quiso saber qué se sentía en el parto de su propia caja secreta. Se entregó sin reservas a la curiosidad de una nueva aventura y descubrió en ella el dolor, la fatiga y el desasosiego. El llanto, la duda y el miedo. Que la sacudió por dentro. La transformó por fuera. Le revolvió las entrañas y le exprimió los jugos del placer de lo desconocido.

Y al terminar, como en todos los cuentos que nos contaron, un final abierto. Una sonrisa. Un soñar que todo, todo lo que guardaba en el cajón de mis más preciados tesoros, había merecido la pena.

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