El actor José Luis Gómez ha dado es domingo una lección magistral, en su ingreso en la Real Academia Española, sobre el teatro, "uno de los grandes juegos que ha inventado el ser humano en su búsqueda de la supervivencia y la salud común", y que produce un efecto "purgador, sanador, catártico".
"El teatro es el único lugar donde percibimos la lengua con pleno sentido y sonido, 'entrañada', como dijera la maestra de Málaga (María Zambrano)", afirmaba hoy el nuevo académico en su discurso, titulado "Breviario de teatro para espectadores activos".
Había expectación por ver cómo defendía su discurso Gómez (Huelva, 1940), uno de los grandes actores españoles, curtido en monólogos y en papeles de extrema complejidad, y la lectura no defraudó a los centenares de asistentes al acto, que desde el principio se vieron envueltos por la maestría de este "cómico a secas", como él se define.
Entre esos asistentes había actores como Nuria Espert, Julia Gutiérrez Caba, José Sacristán, Carmen Machi, Helio Pedregal, Pilar Bardem, Natalia Menéndez y Aitana Sánchez Gijón, y políticos como Javier Solana, Miguel Ángel Cortés, Jaime Lissavetzky y Ángeles González Sinde.
En su "breviario", el nuevo académico habló de la verdad y la mentira del teatro, de su "sorprendente alquimia", del poder que tiene para situar al espectador "ante sí mismo, enfrentándolo a emociones y conflictos que comparte con sus semejantes". Y del "verdadero veneno" del teatro.
Y habló de quienes hacen posible el teatro: el autor, el director, el actor y el espectador. De ellos, el actor tiene "una función troncal", es el "eje transmisor de todo el hecho teatral".
Pero antes de entrar en materia, Gómez recordó la figura de su antecesor en el sillón Z, Francisco Ayala. No fue un elogio al uso, sino que evocó un desencuentro que tuvo con el gran escritor granadino y aprovechó la ocasión para intentar abrir una puerta que "hace mucho" dejó cerrarse.
Premio Nacional de Teatro y premio del Festival de Cannes al mejor actor por "Pascual Duarte", Gómez conoció a Ayala "hacia 1976" cuando buscaba desesperadamente a un escritor que le tradujera del alemán el "Woyzeck" de Georg Büchner, "crucial en la literatura del siglo XIX".
Dada la dificultad de esa obra, en la que Büchner "fuerza la sintaxis de su idioma en busca de una expresividad no escrita antes", Gómez le pidió a Ayala que "hiciera una cata, una traducción de algunas escenas aisladas".
Así lo hizo el autor de "El jardín de las delicias", pero cuando le entregó la traducción, "escrita en un español espléndido", el actor echó en falta "el tremendo impacto de emoción verbal" que conocía del original, y decidió no poner en escena el texto de Ayala, que recibió "imperturbable" sus objeciones.
"Así se cerró una puerta, por mi propia cortedad, a la que ya no me atreví a llamar en los años siguientes", decía Gómez que, con el paso del tiempo, y de forma simbólica, recuperó el diálogo con el novelista gracias a varios pasajes de las memorias de Ayala, que hoy leyó en presencia de la viuda del escritor, Carolyn Richmond.
Son fragmentos de "Recuerdos y olvidos" con los que este actor se siente identificado, entre otras razones porque "desatan preguntas análogas" a las que él encuentra en el quehacer teatral y porque guardan relación con "las verdades y mentiras del teatro, con la verdad escénica".
Metido ya en faena, Gómez fue tirando de los diferentes hilos con que está cosido "el traje del teatro", y el primero de ellos es el del autor teatral, que escribe para que su obra "sea oída y vista, en un retorno, tras siglos de alfabetización e imprenta, a la oralidad primigenia".
"Esa oralidad hizo posible que el 'Gilgamesh', el 'Mahabharata', la 'Ilíada', la 'Odisea' o los primeros cantares de gesta se conservaran a lo largo de los tiempos", decía el nuevo académico antes de asegurar que mediante la representación, la obra dramática "pasa una prueba de fuego", el juicio del "espectador en vivo".
Creador y director del teatro de La Abadía, Gómez se refirió al director teatral, "una figura 'molesta' que se ha vuelto imprescindible". Y una figura que "debería ser el mejor lector posible de la obra del actor", y una persona capaz de "estimular al actor", de "despertar su imaginación".
El actor teatral, "el cómico", sigue un largo camino hasta lograr darle vida a las palabras del autor y conseguir que el espectador "se reconozca" en ellas.
Un oficio, el de actor, que requiere "un grado de atención infrecuente en la vida ordinaria. Se trata de hacer real un presente que, en el texto escrito, solo es evocado o ficticio: esa es la verdad, no la mentira del teatro".
Esa forma de atención es una verdadera "tarea de Sísifo": un "don divino que llaman algunos, mirada simultánea hacia dentro y hacia fuera, nunca es estable, no se alcanza definitivamente, hay que lograrla segundo a segundo".
"Esa lucha nos mantiene en vida y la calidad de esa atención trae consigo como una luz, una suerte de inteligencia, una intuición, que se convierte en sentimiento no asimilable a la emoción ordinaria, sino a algo más alto", añadió.
Gómez no cree que, como "repiten peligrosamente ciertos agentes públicos", el teatro sea solo "diversión, entretenimiento, distracción", ni que su finalidad sea "apartar al espectador de sí y hacer más llevadera su vida".
El teatro "termina trayendo al espectador ante sí mismo, enfrentándolo a emociones y conflictos que comparte, en una u otra medida, con sus semejantes".
Y es "un formidable juego simbólico, especular, que devuelve o suscita en el espectador imágenes de la vida, de sí mismo, de la sociedad", afirmó Gómez antes de "regalar" a los asistentes un fragmento poco conocido de "Sacrilegio", de Valle-Inclán: la "confesión" del Sordo de Triana.
Y en esa lectura sí que se transformó y demostró por qué está considerado un gran actor