Él ya no la miraba igual que antes, o acaso es que ya veía a otra. Ella le miraba sin diferencia alguna, indistinta. Habían quedado donde siempre, un siempre breve, fugaz, y que esa misma tarde ya acababa, en el salón de un pequeño apartamento y sin llegar ni siquiera a la cama, como todas las veces antes, tan escondidas pero sin esconderse nada. Creían. Era la suya una relación prohibida, secreta, y era difícil encontrar tiempo sin que nadie sospechara nada y verse tranquilamente. Sobre todo por la poca disponibilidad del hombre, un hombre ocupado, que ocupaba un cargo importante: era el presidente de un país y su imagen. Y fiel esposo de su segunda mujer. Así que nadie podía enterarse de que en realidad tenía otra, una tercera, de que era infiel, y mucho menos de que ponía más empeño en complicarse la vida que en sacar a su país de las dificultades que atravesaba. Que ya venían siendo muchas, demasiadas, como para banalizarlas entre las sábanas de una aventura con otra, actriz en este caso, quién sabe cuántas horas al día. Se preguntaba ahora angustiado.
El caso es que se iba a saber lo de su relación, ya no podía ser secreta ni de ninguna forma. Se avecinaba un escándalo nacional, al presidente le avisaron con un día de antelación ‘mañana saldrá la noticia y las fotos’ le dijeron secamente, y lo primero que se le ocurrió fue quedar con ella, ponerse de acuerdo, evitar que dos versiones multiplicaran las especulaciones. Y también quería acabar la relación, claro, pues ya era insostenible. Hay sueños que se evaporan en cuanto los ilumina la realidad. Además ya no parecía un sueño,se había enterado de cosas sobre ella que hasta entonces desconocía, que no quiso conocer, y que ceñían el aprieto en el que se había metido aquel señor, ese presidente, con una vida sentimental ya re-pública y cuestionada.
Nunca tenían mucho tiempo y aquella tarde menos. Eran las seis. Él esperaba dentro, tenía copia de la llave de un piso que no era de ninguno de los dos, ella también tenía su copia y justo abría cuando lo vio levantarse del sofá, alterado por el ruido de la puerta, nervioso. Y entonces fue cuando la miró y no la veía, cuando de nuevo le parecía una desconocida, cuando notó en su mirada la indiferencia de siempre; retroactiva. ‘Se lo he contado y viene como si nada, mira como si no importara, ella lo sabía: lo saben por ella’ , pensó, pero no dijo nada de eso. Sólo ‘Hola, Julie, pasa’. Y ella le hizo caso por última vez ‘Sí, yo paso y tú te marchas, deja la llave y olvida la puerta. No hay nada de que hablar ¿para eso me has llamado, no?, descuida, yo no diré nada. Pero prueba a amordazar a la prensa. Adiós François, fue un placer, a veces. Muy pocas’. Dejó la llave, salió. Ya fuera quiso ver por última vez el piso,y se fijó en el cartel con el nombre de la calle: ‘Du Cirque’, sonrió.